TRILOGÍA LOVE BY NUMBERS [+18] – Sarah MacLean
+ Frases:
1. NUEVE REGLAS QUE ROMPER PARA CONQUISTAR A UN GRANUJA
GABRIEL Y CALPURNIA
—Aún no he accedido a su petición.
—Pero lo hará —dijo en tono petulante—. Y, como pago, obtendrá su beso.
—Perdone que se lo diga —replicó ella con humor—, pero le da un valor muy elevado a sus besos.
—Creo que eres la única persona que se pondría tan contenta al ver un vestido de lana marrón.
—Quizá soy la primera persona en ver esa prenda como lo que realmente es.
—¿Qué?
—Un boleto a la libertad.
—¿Tampoco disfrutaste de esa parte de la velada?
—Al contrario —aclaró Callie—, he disfrutado de cada segundo. Puede que no vuelva a beber whisky ni a fumar, pero siempre me sentiré orgullosa de haberlo hecho. No atreverte a vivir una aventura es peor que haber tenido una experiencia decepcionante.
—No me gusta nada esa inclinación que pareces haber descubierto por la aventura, hermanita.
—¿Qué demonios estás haciendo aquí? ¿En qué cuernos estabas pensando?
Callie respiró por la nariz con aire remilgado, como si no estuviera vestida con ropa masculina ni se encontrara en una situación que, si no se equivocaba, iba a ser su ruina.
—Te agradecería que no usaras ese lenguaje en mi presencia.
—¿Me lo agradecerías? Bien, yo te agradecería que no frecuentaras mi club de esgrima. Y ya que estamos, ¡ni las tabernas ni mi dormitorio! ¡Pero parece que ninguno de los dos va a conseguir lo que quiere!
—Hoy me he sentido viva.
—¿Viva?
—Sí. Me he pasado veintiocho años haciendo lo que todo el mundo esperaba que hiciera… siendo lo que todos esperaban que fuera. Y es horrible no gustarte a ti misma.
—Lo has hecho a propósito —afirmó de mal humor.
—¿Crees que he traído a toda esta gente para que no pudieras marcharte?
—No lo dudo.
—Sobrevaloras el poder que tengo en la sociedad, emperatriz.
—Dios, Callie, lo siento. Dame la oportunidad de demostrarte que no soy un canalla y un imbécil redomado.
—No creo que seas imbécil.
—Observo que no has refutado lo otro —indicó él, con una sonrisa irónica.
—Estás pensando en esa condenada lista, ¿verdad?
—Bueno, me dijiste que no se me ocurriera poner en práctica ninguna de esos puntos sin tu protección.
—En efecto, lo hice.
—Siempre puedo pedírselo a Oxford —le provocó, arrancándole una sonrisa.
—Estás aprendiendo a ser tan ladina como yo, picaruela. De acuerdo. Completaremos otra de las tareas de tu lista. ¿Qué eliges?
—¿Por qué tenéis que ser los únicos que disfruten tal libertad? ¿Por qué crees que he hecho esa lista? Quiero experimentar esa libertad. Quiero ver esos lugares secretos… Esos santuarios donde los hombres pueden ser realmente hombres.
—No puedes hacerlo.
—¿Por qué? ¿Porque soy una mujer?
—¡No! ¡Porque estás loca! ¡Te descubrirán!
—No me han descubierto aún.
—¡Yo lo he hecho! ¡Dos veces!
—Como te he dicho con anterioridad —se burló ella—, tú eres diferente.
—¡Has hecho trampas! —gritó, frustrada por haber perdido otra vez.
Él la miró, agrandando los ojos con fingida afrenta.
—Perdona, si fueras un hombre, te retaría ante tal acusación.
—Le aseguro, milord, que aceptaría el reto y saldría victoriosa porque la verdad, la humildad y la rectitud estarían de mi parte.
Él se rió entre dientes y barajó los naipes.
—¿Estás citando la Biblia?
—En efecto —repuso ella recatadamente, en un fiel remedo de piedad.
—Mientras juegas a las cartas.
—¿Qué quieres de mí? ¡Pídeme lo que quieras! Te lo daré. ¡Soy marqués, por el amor de Dios!
—No me importaría ni aunque fueras el maldito rey. ¡No me casaré contigo!
—¿Por qué demonios no?
—¡Por muchas razones!
—¡Dame solo una razón decente! —Él estaba tan cerca, tan enfadado, que ella dijo lo primero que se le pasó por la cabeza.
—¡Porque te amo!
—Sin embargo, una vez que estemos casados, regresará la insulsa y corriente Callie. Esta podría ser mi última oportunidad.
Una sombra de inseguridad cruzó la expresión de Callie, y Gabriel, al percibirlo, le encerró la cara entre las manos.
—Te aseguro, preciosa, que no hay nada corriente e insulso en ti.
—Por supuesto. ¿Te das cuenta de lo que ocurrirá cuando acabemos con todos los puntos
Ralston entrecerró los ojos.
—¿Qué ocurrirá?
—Tendré que empezar una lista nueva.
Él gimió.
—No, Callie. Se han acabado las listas. Es un milagro que haya sobrevivido a esta.
—Mi nueva lista solo tiene un punto.
—Hummm, me parece que se trata de una lista muy peligrosa.
—Oh, lo es —convino ella con una sonrisa de felicidad—. Es muy peligrosa, en particular para tu reputación.
—¿De qué trata ese punto? —indagó, lleno de curiosidad.
—Reformar a un granuja.
—Creo que te he amado durante toda mi vida.
Los ojos azules de Gabriel brillaron bajo la luz plateada de la luna.
—Y yo te amaré durante el resto de la mía, emperatriz.
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2. DIEZ LECCIONES PARA DAR CAZA A UN LORD… Y QUE TE ADORE
NICK E ISABEL
—No supone ningún problema para mí. Me siento encantado de jugar a ser el caballero que auxilia a una necesitada damisela.
—Entiendo que pudiera pensar que me hallaba en problemas. Le aseguro, sin embargo, que era plenamente consciente de lo que ocurría a mi alrededor.
Él arqueó una ceja.
—¿De veras? Ella asintió firmemente
—De veras.
—¿Y cuándo pensaba apartarse de la trayectoria de los caballos que corrían desbocados hacia usted?
—Ya veo que usted es del tipo difícil.
—¡No lo soy! —Ella consideró sus palabras—. Al menos no soy tan difícil como otras damas.
—Aprecio su honradez, sin embargo, la mayoría de las mujeres ya me habrían dado las gracias por haberles salvado la vida.
—Yo…
—No, no —dijo St. John, interrumpiendo la retahíla de absurdas palabras que estuviera a punto de decir—. No diga nada por ahora. Solo parecería que la he forzado a mostrar su gratitud.
—Pues es una suerte que haya venido hoy, lady Isabel, parece que va a necesitar que vuelva a salvarla.
La sonrisa que ella le ofreció fue angelical y muy fingida.
—He sobrevivido veinticuatro años sin guardián, milord. No le necesitaré hoy.
—Esta mujer es capaz de acabar con la paciencia de un santo. ¿Crees que se ha olvidado de que fue ella misma la que me invitó a esta condenada casa?
Ella volvió a asomar la cabeza desde el alero otra vez.
—Milord, debería recordar que los sonidos van hacia arriba. Vigile su lenguaje, por favor.
—Mis disculpas —le ofreció con una exagerada reverencia—. No estoy acostumbrado a departir con damas encaramadas a un tejado. Las reglas de etiqueta no indican cómo conducirse en esta situación.
—Le pido disculpas de nuevo. ¿Qué está aprendiendo?
—Los fundamentos para reparar el tejado. Es algo realmente fascinante.
—Perdón, ¿ha dicho que va a reparar el tejado?
—Bueno, lo que está claro es que no se reparará solo, milord.
—¡Estaba perfectamente a salvo en el tejado hasta que usted llegó! ¿Ha llegado a tener en cuenta que, quizá, me encontrara ahí fuera porque estaba escondiéndome de usted?
La confesión surgió antes de que pudiera contenerla, asombrándolos a los dos.
—¿Estaba ocultándose de mí?¡Fue usted la que me invitó a venir!
—No llegué a empezarla. Me leí el final.
—¿El final?
—Siempre comienzo los libros por el final —confesó ella.
—¿Por algún motivo en especial?
—Me gusta estar preparada.
Nick se rio y ella le sostuvo la mirada. ¿Estaba burlándose de ella?
—¿Lo encuentra divertido, lord Nicholas?
—En efecto, lady Isabel.
—¿Por qué?
—Porque explica muchas cosas.
—Bien. Ya está despierto.
De todas las personas posibles, jamás hubiera esperado encontrarse con el joven conde de Reddich arrodillado junto a su cama, mirándole sin parpadear.
—Eso parece.
—Estaba esperando a que despertara —anunció James.
—Lamento haberle hecho esperar —repuso Nick con brusquedad.
—¿No le han dicho nunca que meterse en los dormitorios de los invitados es de mala educación? James ladeó la cabeza.
—Pensaba que se referían solo a las habitaciones de las chicas.
Nick sonrió.
—Sí, bueno, es todavía más importante que no lo haga en las habitaciones de las damas.
James asintió con la cabeza, como si le hubiera contado un gran secreto.
—Lo recordaré.
—Sí. Isabel sería una esposa excelente. ¿Quiere saber por qué?
—Por supuesto.
El niño respiró hondo, como si hubiera estado ensayando las palabras.
—Sabe llevar una casa. Sabe sumar mejor que nadie que conozca. Sabe montar como un hombre; quizá cuando deje de llover podrá comprobarlo usted mismo.
—Eso espero. —Le sorprendió darse cuenta de que lo decía de verdad.
—Además es buenísima en los juegos.
—Esa es una virtud que todos los hombres buscan en una esposa.
—Hay más cosas. —James ladeó la cabeza, pensando—. No es fea.
—¡Oh, por Dios! ¡Traga de una vez!
Nick se giró con fingida sorpresa.
—Pero ¡lady Isabel, qué enérgica! Debería tener cuidado, si le hiciera caso podría darme una indigestión.
—Eso sí que sería una lástima, lord Nicholas.
—Ah, también agregó, y esto es fundamental, que no eres fea. Isabel, recuerda que fue tu hermano quien lo dijo. Yo no me atrevería a atribuirme el mérito de tan bonitas palabras. Habría dicho algo mucho más prosaico. Se requiere ser un gran orador para conseguir que…
—Así que no soy fea. —Meneó la cabeza—. ¡Qué cumplido más bonito!
—Oh, has recobrado la voz. —Nick sonrió, atrevido y pícaro, y ella no pudo evitar corresponderle.
—Eso parece. —Hizo una pausa—. Dígame, milord, ¿le enseñarán en el colegio unas palabras más bonitas con las que hacer la corte a su futura condesa?
—Eso espero —repuso él—. En caso contrario deberíamos comenzar a preocuparnos por la sucesión del título de Reddich.
—Tonterías. Todos tenemos sueños.
Ella abrió los ojos y buscó las brillantes pupilas azules.
—¿Tú también?
—Sí, incluso yo.
—¿Y con qué sueñas tú?
—Esta noche, soñaré contigo —repuso Nick sin vacilar.
—No soy perfecto. No puedo prometerte que no haré cosas que acaben lastimándote. —Se interrumpió, su cicatriz era una pálida línea contra la piel bronceada—. Pero haré todo lo posible para protegeros a ti y a James, y también a las chicas.
—Y sin embargo hubo un tiempo en el que lady Isabel soñaba con casarse — terminó él en tono provocador. Justo lo que ella necesitaba. Isabel dulcificó la expresión, buscando sus ojos azules.
—Eso creo. Por supuesto —continuó con un deje travieso—, lo que nunca esperé fue que acabaría casándome con uno de los solteros más codiciados de Londres. He tenido suerte, la verdad, de dar caza a un lord tan pluscuamperfecto.
Él arqueó las cejas, boquiabierto por la sorpresa, y ella comenzó a reírse a carcajadas ante la cómica expresión.
—¡Lo sabías!
—Estoy pensando en la segunda razón por la que quería volver al baile.
Él arqueó una ceja.
—¿Cuál es?
—Mostrar a todas las damas que leen Perlas y Pellizas que este caballero en particular está cazado.
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3. ONCE ESCANDALOS PARA ENAMORAR A UN DUQUE
SIMÓN Y JULIANA
– Usted no le dio las gracias.
Él dio un vistazo de sorpresa hacia ella.
–La noche no ha puesto exactamente en un marco de agradecimiento mental.
Ella se puso rígida ante su tono, al oír la acusación implícita allí. Bueno. Ella también podía ser difícil.
–Sin embargo, él le hizo un servicio.– Ella hizo una pausa para el ver el efecto de sus palabras. –No agradecerle hace de usted un puerco.
Hubo un golpe antes de que su significado quedara claro.
–Grosero.
–No, señorita Fiori. No estoy preocupado por su reputación. Estoy preocupado por la mía.
–Eres una princesa italiana, aquí con su hermano en alguna visita diplomática al rey.
–Tal vez.
–O bien, la hija de un conde Veronese, entreteniéndose en su primavera aquí, ansiosa por experimentar la legendaria temporada en Londres.
Ella se rió, el sonido era como la luz del sol.
–Es muy descorazonador que haga de mi padre un simple Conde. ¿Por qué no un Duque? ¿Al igual que usted?
–¿Cómo se puede esperar vivir su vida sin pasión?
–La emoción está sobrevalorada.
Ella dejó escapar una risita.
–Bueno, posiblemente podría ser la cosa más británica que jamás he oído a nadie decir.
–¿Es algo malo ser británico?
Ella le sonrió lentamente.
–Sus palabras, no las mías
–¿Quiere decir que no debo referirme a él por su nombre?
–No con ese nombre.
–Usted no se atuvo a tales normas cuando nos conocimos... Simón.
–Yo no me escondí.
–¿No? Entonces ¿Por qué yo creí que usted era..?.
Más. Ella oyó la palabra en su mente. Detestándola.
–Usted parecía pensar que yo era Suficiente entonces.
–Usted es un escándalo a punto de ocurrir. Uno que yo no puedo darme el lujo.
–Tú me deseas – Ella hizo una mueca al oír la desesperación en la acusación: deseaba, al instante, eso que ella podría tomar de nuevo.
–Claro que te deseo. Tendría que estar muerto para no desearte. Eres brillante y hermosa, y respondes a mí de una manera que me dan ganas de tirarte abajo y doblegarte a mi voluntad.
–El espionaje es un hábito terrible.
Se apoyó en la jamba de la puerta, dándole espacio.
–Puede añadirlo a mi lista de rasgos desagradables.
–No hay suficiente papel en Inglaterra para mencionarlos todos.
–¿Mi desinterés?
–Eso es lo que es, ¿no? ¿Aburrimiento? ¿Apatía?
–¿Crees que mis sentimientos hacia ti son apáticos? – Su voz tembló, y avanzó hacia ella. –¿Crees que me aburres?
Ella parpadeó bajo el calor de sus palabras, dio un paso atrás hacia un lado de la cabina.
–¿No lo hago?
Él movió la cabeza lentamente, caminando hacia ella, acechándola en el pequeño espacio.
–No.
–Te dije que no hicieras que me gustaras.
– ¿Te gusto?
– Sí–. Fue un susurro quejumbroso y suave, apenas audible. –No sé por qué. Eres un hombre horrible. –Ella se apoyó en él. –Eres arrogante e irritante, y tienes mal temperamento.
– Yo no tengo mal temperamento–, dijo, levantando el rostro hacia él, para que pudiera mirarlo.
Ella abrió los ojos y le dio una mirada de incredulidad, y se corrigió: –Sólo cuando estoy a tu alrededor.
–Tú eres mi sirena. Mi tentación... mi hechicera... No puedo resistir, no importa cuánto lo intente. Amenazas con enviarme al abismo.
–No se trata de tu hermana o tu sobrina, o lo que es correcto para ellas. Esto es acerca de ti. Y tus temores. Tú no estás atrapado por la sociedad. Tu prisión es de tu propia creación.
–Dilo de nuevo.
Ella dio un pequeño resoplido de disgusto.
–Te amo.
–Con sentimiento, sirena.
Ella vaciló, y él pensó que podría alejarse antes de que ella se entregara a ese momento, con las manos en los brazos, se acercó y le acarició la nuca, los dedos en sus rizos, acariciándolo de esa manera que lo ponía en llamas. Cando habló, su voz era baja y suave y perfecta.
–Ti amo.
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+ FRASES:
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