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FRASES - SERIE HERMANAS LYNDON [+18] - Julia Quinn

 



SERIE HERMANAS LYNDON [+18] – Julia Quinn







Frases:


1.     BAJO EL BRILLO DE LA LUNA

VICTORIA Y ROBERT



—Shhhh. Yo ya he decidido que voy a casarme contigo.
La boca de ella se abrió en sorpresa.
—¿Estás loco?
Él retrocedió con una expresión mezcla entre diversión y asombro.
—En realidad, Victoria, no creo que jamás haya estado más cuerdo que en este mismo momento.


—¿Y tú crees que estás enamorada? Victoria, sólo los tontos y los poetas se enamoran a primera vista.
—Entonces, supongo que soy una tonta —, dijo Victoria con altanería—, porque Dios sabe que no soy poeta.


—No me estoy irritando.—Él le sonrió en una manera molestamente condescendiente. —Robert.
—Me gusta el sonido de mi nombre en tus labios.—Suspiró—.Siempre me agradó.
—Mi lord— gruñó.
—Eso es aún mejor. Implica una subordinación de que es aún más atractiva.


—No, ¿qué?—Trató de bromear. —¿No adorar el suelo que pisas? Ya es demasiado tarde. Ya lo hago.
— Robert, no lo hagas aún más difícil.
—¿Y por qué diablos no? ¿Dime por qué he de facilitarte que te vayas de mi vida otra vez?
—Nunca me fui—, ella replicó. —Tú te fuiste. Tú.
—Ninguno de nosotros está libre de culpa. Tú te apresuraste a creer lo peor de mí.
Victoria no dijo nada.
Se inclinó hacia delante, sus ojos intensos.
—No perderé la confianza en ti, Victoria. Te perseguiré día y noche. Voy a hacerte admitir que me amas.


—La vida no se trata de arrastrarse por debajo de una roca y mirando el mundo pasar, desesperadamente esperando a que nos toque.— Él se arrodilló y empezó a recoger los alfileres. —La vida es acerca de tomar riesgos, tratar de llegar a la luna.
—Tuve esa posibilidad—, ella afirmó rotundamente. —y perdí.
—¿Y vas a dejar que gobiernen tu vida para siempre? Victoria, solo tienes veinticuatro años. Tienes muchos años por delante. ¿Me estás diciendo que vas a tomar el camino seguro para el resto de tu vida?


—La posada podría estar encantada—, él continuó. —Sólo piensa en todos los fantasmas que están al acecho.
Victoria fue incapaz de pasar por alto ese último comentario. Se volvió lentamente —Esa es la idea más inverosímil que he escuchado.
Él se encogió de hombros. —Podría suceder. O—, añadió, —puedes extrañarme.
—Corrijo mi declaración anterior—, le espetó ella. —Esa es la idea más inverosímil que he escuchado.


—¿Sabes qué más me sentí?
—No—respondió ella con voz casi como un susurro.
—Miedo.
Ella elevó sus ojos hasta los de él.
—Pero sabías que no me habían herido.
Él soltó una risa hueca.
—No eso, Torie. El temor de que tu sigas corriendo, que nunca admitas lo que sientes por mí. Miedo a que me odies para siempre de manera que te encuentres con el peligro sólo por huir de mí.


—A veces pienso que sería tan hermoso tener a alguien que cuide de mí. Para sentirme protegida y amada. Estuve tanto tiempo sintiéndome desprotegida. Sin siquiera un amigo. Pero también quiero ser capaz de tomar mis propias decisiones, y Robert me estás quitando eso de mí. No creo que lo hagas apropósito. Simplemente no puedes evitarlo. Y entonces me siento tan débil e impotente. Todo el tiempo que fui una institutriz estaba a merced de los demás. Dios, cómo odiaba eso.
Hizo una pausa para limpiarse una lágrima de la mejilla.
—Y entonces me pregunto, ¿todas estas preguntas significan nada, o solo estoy asustada? Tal vez no soy más que una cobarde, con demasiado miedo a aferrarme a una oportunidad


—Hoy—, anunció él con gran alegría —, es un excelente día para casarse.
Victoria estaba segura de que ella le había oído mal.
—¿Cómo has dicho?
—Casados. El hombre y la mujer.
—¿Tú y yo?
—No, en realidad creo que los erizos en el jardín necesitan unirse en santo matrimonio. Ellos han estado viviendo en pecado durante años. Ya no puedo tolerarlo.
—Robert—, dijo Victoria, riendo a su pesar.
—Y todos los pequeños erizos ilegítimos. Piensa en el estigma. Sus padres han estado criando como conejos. O como los erizos, en este caso.


—Tú eres amada—, dijo con fervor, tomando sus manos entre las suyas. —Y puedes sentirte de esa manera todos los días del resto de tu vida si tan solo te lo permitieras. Cásate conmigo, Victoria. Cásate conmigo y hazme el hombre más feliz en el mundo. Cásate conmigo y te daré la paz y la alegría que buscas. Y, —añadió, bajando la voz hasta un susurro ronco, — el amor. Porque seguramente no ha habido nunca una mujer amaba más profunda y verdaderamente de lo que te amo.


—Por eso me voy a casar contigo—, dijo, sosteniendo la hoja de papel en el aire.
—¿Porque yo he dicho que es posible que me golpees a tu discreción?
—No—dijo ella, resoplando con fuerza, —porque yo no sé qué sería de mí si no te tuviera para tomarme el pelo. Me he vuelto demasiado seria, Robert. No siempre fue así.
—Ya lo sé—dijo suavemente.
—Durante siete años no se le permitió a reír. Me olvidé de cómo hacerlo.
—Te voy a hacer recordarlo.


—¿Te he golpeado en el estómago? Te aseguro que fue un accidente.
Él se quedó encorvado mientras decía, —Es una especie de dolor masculino, Victoria.
—Ohhhh—, susurró. —No tenía ni idea.
—No esperaba que lo supieras,— murmuró.
Otro minuto pasó, y luego Victoria, de repente, tuvo un pensamiento horrible. 
—Esto no es permanente, ¿Verdad?
Él negó con la cabeza.
—No me hagas reír. Por favor.


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2.  MÁS BRILLANTE QUE EL SOL

CHARLES Y ELLIE



—Rescato todo tipo de animales heridos —respondió ella con las cejas arqueadas—. Perros, gatos, pájaros...
—Hombres —terminó él.
—No —respondió ella con descaro—. Usted es el primero. Aunque imagino que no debe ser tan distinto a un perro.
—Se le ven los colmillos, señorita Lyndon.
—¿De veras? —preguntó ella al tiempo que se llevaba las manos a la cara—. Tendré que acordarme de quitármelos.


—No puedo salir sin sombrero.
—No la verá nadie. Sólo vamos al prado.
—Pero...
—Pero ¿qué?
Ella soltó el aire con irritación.
—Me saldrán pecas.
—No me importa —respondió él mientras se encogía de hombros.
—¡Pero a mí sí!
—No se preocupe. Estarán en su cara; no tendrá que verlas.


—Escribo listas de forma compulsiva. ¿Te parece interesante?
Ellie no estaba segura de qué esperaba que le revelara, pero aquello no. ¿Escribía listas de forma compulsiva? Eso hablaba más de él que cualquier afición o pasatiempos.
—¿Sobre qué escribes listas? —le preguntó.
—De todo.
—¿Has escrito una lista sobre mí?


—Simplemente —continuó Charles, mientras alargaba el brazo, tomaba un mechón de pelo rubio rojizo y se lo enrollaba en el dedo índice—, es que no me gustaría que esto se quemara
—Sería una lástima —murmuró—. Es tan suave.
—Sólo es pelo —dijo Ellie, mientras pensaba que uno de los dos tenía que mantener el realismo de la conversación.
—No —Charles se acercó el mechón de pelo a la boca y lo acarició con los labios—. Es mucho más que eso.


—¿No puedo hablar con hipérboles?
—Sí —respondió él con demasiada suavidad—, pero sólo si hablas de mí.
Ellie dibujó una sonrisita.
—Oh, Charles —exclamó—, siento que hace un millón de años que te conozco —su voz adquirió una mayor ironía—. Así de cansada estoy ya de tu compañía.


—¿Quieres que te lea la lista o no?
Ella accedió agitando la mano en el aire.
—Perfecto —elevó la nota hasta la altura de los ojos—. Número Uno... Ah, por cierto, la lista se titula: «Lo peor que podría pasarme».
—Espero no estar en ella —susurró Ellie.
—No seas boba. Tú eres lo mejor que me ha pasado en meses.


—Creía que esto te adormecía.
—No sé si quiero dormir —respondió ella—, pero me siento mucho mejor.
Charles la miró, miró la botella y la olió con cuidado.
—Quizá debería probarlo.
—Yo podría probarte a ti —y se rió.
—Ahora sé que has tomado demasiado láudano.



CINCO FORMAS DE QUE ELLIE PUEDA IR DEL DESPACHO A LA HABITACIÓN

1. Caminar deprisa.
2. Caminar muy deprisa.
3. Correr.
4. Sonreír con dulzura y pedir a Charles que la lleve.
5. A la pata coja.

Ellie arqueó las cejas cuando leyó el último punto. Charles se encogió de hombros.
—Se me acabaron las ideas.
—Te das cuenta de que ahora tendré que subir a la pata coja, ¿verdad?
—Me encantaría llevarte en brazos.
—No, no. Has arrojado el guante. No tengo otra opción. Debo subir a la pata coja o perderé mi honor para siempre.



—Eso nunca sucederá —le aseguró. Y luego adoptó una expresión sospechosa—. Espera un segundo. ¿Por qué sólo agonizaste un momento? Creo que la idea de que te pudiera ser infiel merecería, al menos, un día entero de tristeza.
Ellie se rió.
—Sólo agonicé hasta que recordé quién era. Verás, siempre he sido capaz de conseguir lo que he perseguido con esfuerzo. Así que decidí esforzarme por ti.
Aquellas palabras no eran poesía, pero el corazón de Charles se elevó igualmente.
—¡Ah! —exclamó ella de repente—. Incluso hice una lista.
—Intentando vencerme en mi propio juego, ¿eh?
—Intentando ganarme tu corazón en tu propio juego.


—La lista se titula: «Cómo conseguir que Charles se dé cuenta de que me quiere».
—Aunque parezca sorprendente, el muy imbécil se ha dado cuenta él sólito.
—Sí —dijo Ellie—, el imbécil lo ha hecho.


—Oh, Charles. Estoy tan contenta de que te cayeras de aquel árbol.
Él sonrió.
—Y yo estoy feliz de que pasaras por debajo. Está claro que tengo buena puntería.
—Y mucha modestia.


—Si tú estás segura, entonces estoy seguro de que tienes razón.
—¿De veras?
—Hace tiempo que aprendí a no llevarte la contraria.
—No sabía que te tenía tan bien domesticado.
Charles sonrió.
—Soy un buen marido, ¿no?


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