LA LEY DEL MÁS HOMBRE [+18] - Erica Katz
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Pero ¿Cómo me he metido en este follón? Ni siquiera sé si quiero ser abogada.
—¿Pippy? —le pregunté.
—Nos das un poco pinta de niña pija. Pippy la Repipi. Eso es bueno. Normalmente Matt no piensa nada sobre ningún asociado de primer año.
—No solo me menosprecio a mí. Tú estabas allí porque eres mujer. Una mujer atractiva, bien educada y modosita. ¿Tú te crees que a esas cenas invitan a mucha gente de primer año?
—Me molestó que Gary me tocara en la fiesta de Stag River.
—Mira a tu alrededor, Pip. ¿Ves a muchas mujeres jóvenes? No. No invitan a muchas. Y los tipos jóvenes que ves están llevándoles las copas a sus jefes. A la mayoría ni los han invitado. Cuando seas la jefa, pondrás tú las normas. Por ahora, todos los jóvenes, hombres y mujeres, tienen que tragar con toda la mierda que les echen.
—Es aburrido —dije mirando la mesa—. Pero tienes razón: el aburrimiento forma parte de la intimidad. No tengo claro si quiero casarme, ni ahora ni nunca.
–Pero me lo tengo merecido. Creo que a veces me pone malo que en este sitio me traten de forma distinta, aunque sea mejor, por ser negro. Estaba ya harto. Es como ser un mono de feria. Supongo que me dejé llevar con eso de ver hasta dónde podía llegar.
—Creo que yo a veces siento un porcentaje mínimo de eso mismo por ser mujer.
–La gente que está ocupada tiene tiempo solo para lo que quiere, ni más ni menos.
Me gustaba más estar en el trabajo que en casa. ¿Tan malo era eso? ¿No le pasaba a mucha gente?
—Acabo de mandar a tomar viento toda mi vida, y ni siquiera sé por qué lo he hecho… No era una mala vida. Ni siquiera sé a qué viene este llanto, porque lo más chungo de todo es que nunca he sido más feliz. Soy la única persona de la Tierra que siente que está viviendo una vida inmejorable cuando está teniendo una aventura.
Por un momento de claridad, lo vi todo cristalino: los devaneos con un adúltero en serie, la agresión de un puto desgraciado rico, las vivencias en el Estados Unidos de las grandes corporaciones. Era todo tan… típico.
Por disfuncional, hostil, misógina y desequilibrada que hubiera sido mi corta experiencia hasta la fecha en una multinacional de mi país, yo seguía viendo con malos ojos el camino que mi madre había escogido: renunciar a su carrera para ser ama de casa.
Asentí agradecida mientras luchaba contra el impulso de corregirlos. Yo no necesitaba su protección, ya no: podía protegerme yo solita.
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