+ Frases:
1. EL DUQUE Y YO
SIMÓN Y DAPHNE
—¿Dónde está su hermano? Está siendo muy descarada. Seguramente, debería venir alguien para controlarla.
—Estoy segura de que no tardará demasiado en ver a Anthony. En realidad, estoy sorprendida de que todavía no haya venido. Anoche estaba bastante enfadado. Tuve que soportar una charla de una hora sobre sus defectos y pecados.
—Le aseguro que los pecados son, en gran parte, exagerados.
—¿Y los defectos?
—Posiblemente sean ciertos —admitió Simón.
Los hombres son como las ovejas. Donde va uno, los demás lo siguen.
REVISTA DE SOCIEDAD DE LADY WHISTLEDOWN,
30 de abril de 1813
—¿Cómo supiste que me gustaban las esmeraldas? —preguntó ella.
—No lo sabía —dijo él—. Me recordaron a tus ojos.
—A mis… —ladeó la cabeza y la boca dibujó lo que solo podía ser una sonrisa irónica—. Simón, yo tengo los ojos marrones.
—En gran parte, sí —la corrigió.
—No —dijo, lentamente, como si hablara con alguien de poco intelecto—. Son marrones.
Él alargó un brazo y le rozó la parte inferior del ojo con un dedo, frotándole las pestañas como en un beso de mariposa.
—Por fuera, no.
—Soy muy feliz por haberme casado contigo —dijo ella, en una oleada de ternura—. Estoy muy orgullosa de que seas mío.
—A veces —susurró—, te quiero tanto que me asusto. Te daría el mundo entero, sabes que lo haría, ¿verdad?
—Todo lo que quiero eres tú —dijo ella—. No necesito el mundo, sólo tu amor. Y, a lo mejor —añadió, con una maliciosa sonrisa—, que te quites las botas.
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2. EL VIZCONDE QUE ME AMÓ
KATE Y ANTHONY
—Ya le digo, no creo que mi opinión de usted pueda hundirse mucho más.
— ¡Oh! —Anthony agitó un dedo en su dirección—. Pensaba que su comportamiento iba a ser impecable.
—No cuenta si no hay nadie cerca que pueda oírme, ¿no cree?
—Yo puedo oírla.
—Usted sí que no cuenta, de eso tengo la certeza.
—Y yo que pensaba que era el único que contaba.
—No soy una persona tan terrible, ¿ sabe?
Ella suspiró.
—Lo sé.
—Pero ¿tal vez un poco terrible? —bromeó.
— Oh, desde luego.
—Bien. Detesto ser aburrido.
—A veces —dijo Anthony con voz titubeante—, a veces nuestros temores responden a motivos que no sabemos explicar. A veces se trata de algo que sentimos en las entrañas, algo que sabemos que es cierto, pero que a cualquier otra persona le parecería ridículo.
—Una tonta, nunca, Kate Sheffield. Ni siquiera cuando pensaba que eras la criatura femenina más insufrible del planeta, tenía dudas acerca de tu inteligencia.
—Ahora mismo no sé si debo sentirme halagada o insultada por esa afirmación.
—Sabía que había algo de mezquina en ti.
— ¡No estoy siendo mezquina! —protestó Kate. Pero su sonrisa era astuta—. No es más que la verdad.
—Por mí no te defiendas. Tu veta mezquina es una de las cosas que más me gusta de ti.
—Cielos —rezongó—. Creo que no me gustará saber qué es lo que menos te gusta.
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3. TE DOY MI CORAZÓN
BENECIT Y SOPHIE
Su belleza irradiaba de dentro.
Brillaba. Resplandecía.
Era una mujer absolutamente radiante, y de pronto Benedict comprendió que eso se debía a que parecía condenadamente feliz. Feliz de estar donde estaba, feliz de ser quien era.
Feliz de una manera que él escasamente recordaba. La suya era una buena vida, cierto, tal vez incluso una vida fabulosa. Tenía siete hermanos maravillosos, una madre amorosa, y veintenas de amigos. Pero esa mujer...
Esa mujer conocía la dicha.
—Esta noche estoy transformada —susurró ella—. Mañana ya habré desaparecido.
—Entonces tenemos que envolver toda una vida en esta noche.
—Pero una de las cosas que más me gustan —continuó — es que te conoces. Sabes quién eres y lo que vales. Tienes principios, Sophie, y te atienes a ellos. —Se llevó una mano a los labios para besarla—. Eso es muy excepcional. Además —le dijo, en voz más baja—, te tomas el tiempo para verme, para conocerme. A mí, a Benedict, no al señor Bridgerton, no al Número Dos. A Benedict.
—Eres la persona más maravillosa que conozco. Adoro a tu familia, pero a ti te amo.
—En el baile de máscaras —continuó ella con voz temblorosa—, incluso antes de verte te sentí. Sentí expectación, magia. Había un no sé qué en el aire. Y cuando me giré y tú estabas ahí, fue como si me hubieras estado esperando, y comprendí que tú eras el motivo de que yo me hubiera colado furtivamente en el baile.
—Tú eres la razón de mi existencia —dijo dulcemente—, el motivo de que yo haya nacido.
—¿Crees que lady Whistledown escribirá sobre mí?
—Dios, espero que no.
A ella se le alargó la cara.
—Bueno, supongo que podría. ¿Por qué demonios quieres que escriba sobre ti?
—Llevo años leyendo su columna. Siempre soñé con ver mi nombre en ella.
—Tienes unos sueños muy raros.
— ¡Benedict!
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4. SEDUCIENDO A MR. BRIDGERTON
PENELOPE Y COLIN
Esta cronista sería negligente si no dijera que el momento más comentado anoche en el baile de cumpleaños en la casa Bridgerton no fue el emocionante brindis por lady Bridgerton (su edad no se ha de revelar) sino la impertinente oferta que hiciera lady Danbury de dar mil libras a la persona que desenmascare… A mí. Haced lo que queráis, damas y caballeros de la aristocracia. No tenéis la más mínima posibilidad de resolver este misterio.
—En realidad, pienso que lady Whistledown es bastante astuta.
—¡Esa mujer te llamó un melón demasiado maduro!
Aparecieron manchas rojas en las mejillas de ella.
—Un cítrico demasiado maduro —dijo entre dientes—. Te aseguro que hay una gran diferencia.
—La gente dejará de hablarte —continuó—. Te harán el vacío…
—Nunca hablan conmigo —ladró ella—. La mitad del tiempo ni siquiera se enteraban de mi presencia. ¿Cómo crees que he podido mantener tanto tiempo el engaño? Era invisible, Colin. Nadie me veía, nadie hablaba conmigo. Yo estaba simplemente ahí y escuchaba, y nadie se fijaba en mí.
—¿Lo veis? Os lo dije.
—¿Por qué será que presiento que oiré esas palabras muchísimas veces en mi futuro? —comentó Penelope.
—Lo más seguro, porque las oirás —contestó Colin. La miró con una sonrisa de lo más descarada—. Pronto te enterarás de que casi siempre tengo razón.
—Vamos, por favor —gimió Eloise.
—Podría tener que ponerme de parte de Eloise en esto —dijo Penelope.
—¿En contra de tu marido? Me siento herido.
—¿Estoy hecha un desastre? —preguntó ella.
Él asintió.
—Pero eres «mi» desastre.
—Y antes de que lo preguntes, ya le dije a Jeffries que traiga comida. ¿Bastarán unos bocadillos?
—¿Oíste gruñir mi estómago desde el otro lado del salón?
—Desde el otro lado de la ciudad, me parece. —Se rió—. ¿Sabías que siempre que truena David dice que es tu estómago?
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5. A SIR PHILLIP CON AMOR
PHILLIP Y ELOISE
—¡Me ha puesto un pez en la cama!
—Y tú le tiraste harina encima —dijo Phillip muy serio—. Así que estáis en paz.
Amanda miró a su padre boquiabierta.
—Pero ¡eres mi padre!
—Sí.
—¡Se supone que tienes que ponerte de mi lado!
—Cuando tienes razón.
—¡Un pez! —exclamó la niña.
—Ya lo huelo. Supongo que querrás bañarte.
—Disfruto de su compañía.
—Entonces —preguntó ella—, ¿por qué me ha dejado sola en el jardín tres horas?
—No han sido tres horas.
—No se trata de eso sino de…
—Han sido cuarenta y cinco minutos —dijo él.
—Lo que sea.
—No, lo que es.
—Sólo debería haber sentido felicidad.
—Si así hubiera sido, no serías humana.
—Penelope se convirtió en mi hermana —dijo—. Debería haberme alegrado.
—¿No habías dicho que te alegrabas?
—Y me alegro. Mucho. De corazón. No lo digo por decir.
Anthony sonrió con benevolencia y esperó a que su hermana continuara.
—Es que, de repente, me sentí muy sola, y muy vieja. —Lo miró, preguntándose si la entendería—. Jamás pensé que me quedaría atrás.
—Eres magnífica.
—Ya se lo digo a todo el mundo —dijo ella, encogiéndose de hombros—pero, por lo visto, eres el único que me cree.
—Dijiste que tenemos un problema —repitió él, tan alto y con tanta fuerza que Eloise dudó que la escuchara si lo volvía a interrumpir—. Pero hasta que pases por lo que he pasado yo —continuó—, hasta que no te veas atrapada en un matrimonio desgraciado, atada a un marido deprimido, hasta que no te hayas ido a la cama durante años suplicando que otro ser humano te roce…
Se giró, se acercó a ella y le clavó una mirada tan intensa que la empequeñeció todavía más.
—Hasta que no hayas pasado por todo eso —dijo—, no vuelvas a quejarte de lo que túy yo tenemos. Porque, para mí…para mí…—se asfixió un poco pero no se detuvo—…esto, lo nuestro, es el paraíso. Y no podría soportar que dijeras lo contrario.
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6. EL CORAZÓN DE UNA BRIDGERTON
MICHAEL Y FRANCESCA
—Creía que la prerrogativa de una dama era cambiar de opinión.
—Es prerrogativa de una dama hacer lo que sea que desee —dijo ella altivamente.
—Tocado —musitó él.
—Define «todos los demás».
—Pues, todo el mundo.
—¿Es que no voy a tener un respiro?
—Pues claro que sí —dijo Helen—. Ya lo has tenido, en realidad. La semana pasada. Lo llamamos malaria.
—Y tanta impaciencia que tenía yo por recuperar la salud.
—No sé si lo habías pensado, pero yo naturalmente supuse que serías tú el perseguido sin piedad. Nunca soñé que yo… Bueno…
—¿Surgirías como un premio que hay que ganar?
—Bueno, sí, supongo.
—Un hombre tendría que ser un tonto de remate para no desear casarse contigo.
—¿Te quedarás un tiempo?
—No lo he decidido —repuso él, avanzando otro paso—. Depende.
—¿De qué?
—De ti —contestó dulcemente.
—No habrá otras mujeres —dijo con firmeza.
Él la miró con una ceja arqueada.
—Lo digo en serio. Nada de amantes, nada de coqueteos, nada de…
—Pero, buen Dios, Francesca —interrumpió él—. ¿De verdad crees que podría? No, borra eso. ¿Crees que querría?
—No tienes la mejor de las reputaciones.
—Por el amor de Dios —gruñó él, haciéndola salir al vestíbulo—. Todo eso era simplemente para sacarte a ti de mi cabeza.
Michael.
Amaba a Michael.
No sólo como amigo, sino como marido y amante. Lo amaba con la misma intensidad y profundidad con que había amado a John; era diferente porque ellos eran hombres distintos y ella había cambiado, pero también era igual.
—Tienes que decírmelo —dijo él—. Si lo sientes, tienes que decírmelo. Soy un cabrón codicioso y lo quiero todo.
—Te amo.
—No tengo idea de qué he hecho para merecerte.
—No tenías que hacer nada —musitó ella—, sólo tenías que ser. Simplemente me ha llevado un tiempo comprenderlo.
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7. POR UN BESO
GARETH Y HYACINTH
—Pero, dígame —continuó él—, porque siento curiosidad. ¿Por qué cree que es necesario atrapar a los hombres para que se casen?
—¿Usted iría de buena gana al altar?
—No, pero…
—¿Lo ve? Me lo ha confirmado.
—Qué vergüenza, señorita Bridgerton. No es muy amable de su parte no permitirme acabar la frase.
—¿Tenía algo interesante que decir?
—Siempre soy interesante —dijo él.
—No es que quiera darle municiones, pero la triste realidad es que la mayoría de los hombres son ovejas. Donde va uno, allí va el resto. ¿Y no dijo que deseaba casarse?
—No con alguien que le siga a usted como a la oveja jefe.
—¿Sabes lo que significa estar solo? —le preguntó entonces, en voz baja, sin mirarla—. No una hora, ni una tarde, sino saber, saber absolutamente que dentro de unos años no tendrás a nadie.
—Yo también te amo —dijo ella.
—Lo digo en serio —dijo—, te amo, de verdad.
Ella arqueó una ceja.
—¿Es esto una competición?
—Es lo que tú quieras —prometió él.
—Entonces creo que debo advertírtelo —dijo, ladeando la cabeza—. Tratándose de competiciones y juegos, siempre gano.
—¿Siempre?
—Siempre que importa —dijo.
—¿Por qué nunca has estudiado italiano?
—No tengo cabeza para los idiomas —dijo él alegremente—, y ninguna necesidad, teniendo a mis dos damas a mi lado.
Hyacinth puso los ojos en blanco.
—No te voy a decir ninguna palabra indecente más en italiano —le advirtió.
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8. DE CAMINO A LA BODA
GREGORY Y LUCY
—Nunca nadie se ha rendido con Hermione —dijo Lucy con un toque de impaciencia. Odiaba cuando las personas no entendían inmediatamente lo que había querido decir—. Su desinterés solo les hacer redoblar sus esfuerzos. En realidad, eso es vergonzoso.
Él parecía un poco insultado.
—¿Discúlpeme?
—No estoy hablando de usted —dijo Lucy rápidamente.
—Mi alivio es muy obvio.
—Tiro muy mal, pero se evadir una bala.
—Nunca he escuchado a un hombre que admita ser un mal tirador.
—Hay cosas que simplemente no se pueden evitar. Siempre seré el Bridgerton que no puede superar a su propia hermana.
—Usted es insoportable.
—Es una de mis mejores cualidades.
—¿Según quien?
—Bueno, a mi madre parece agradarle mucho —dijo él modestamente.
Ella no pudo contener una sonrisa.
—A mi hermana... no mucho.
—¿A la que a usted le gusta torturar?
—Yo no la torturo porque me gusta —dijo, en una clase de tono más bien instructivo—. Lo hago porque es necesario.
—¿Para quien?
—Para toda Bretaña —dijo él—. Confíe en mí.
—Te amo —dijo otra vez.
—¿De verdad?
—Con todo mi corazón —le prometió—. Es solo que no me había dado cuenta. Soy un tonto. Un ciego. Un...
—No —lo interrumpió, mientras agitaba la cabeza—. No te lastimes. Nadie me nota cuando Hermione está cerca.
—Ella no te llega ni a los pies
—Es algo muy bueno que te ame tanto —dijo él fatigadamente—. Porque de otro modo, tendría que ponerte un bozal.
Lucy estaba boquiabierta.
—¡Gregory!
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