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FRASES - SAGA LOS JUEGOS DEL HAMBRE - Suzanne Collins

 




SAGA LOS JUEGOS DEL HAMBRE – Suzanne Collins







Frases:


1.     LOS JUEGOS DEL HAMBRE



Da igual las palabras que utilicen, porque el verdadero mensaje queda claro: «Mirad cómo nos llevamos a vuestros hijos y los sacrificamos sin que podáis hacer nada al respecto. Si levantáis un solo dedo, os destrozaremos a todos, igual que hicimos con el Distrito 13».


¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte!


Katniss, la saeta de agua dije en voz alta.
Era la planta por la que me pusieron ese nombre; recordé a mi padre decir, en broma: «Mientras puedas encontrarte, no te morirás de hambre».


¿A qué dedicaría las horas que paso recorriendo los bosques en busca de sustento si fuese tan fácil conseguirlo? ¿Qué hacen todo el día estos habitantes del Capitolio, además de decorarse el cuerpo y esperar al siguiente cargamento de tributos para divertirse viéndolos morir?


¿Qué piensas? le susurro a Peeta. Del fuego, quiero decir.
Te arrancaré la capa si tú me arrancas la mía me responde, entre dientes.
Trato hecho. Sé que le prometí a Haymitch que haría todo lo que nos dijeran, pero creo que no tuvo en cuenta este detalle.
Por cierto, ¿Dónde está? ¿No se supone que tiene que protegernos de este tipo de cosas?
Con todo ese alcohol dentro, no creo que sea buena idea tenerlo cerca cuando ardamos.


Traición. Es lo primero que siento aunque resulte ridículo, porque, para que haya traición, debe haber primero confianza, y entre Peeta y yo la confianza nunca ha formado parte del acuerdo. Somos tributos.


¿Quieres decir que no matarás a nadie?le pregunto.
No. Cuando llegue el momento estoy seguro de que mataré como todos los demás. No puedo rendirme sin luchar. Pero desearía poder encontrar una forma de... de demostrarle al Capitolio que no le pertenezco, que soy algo más que una pieza de sus juegos.
―Es que no eres más que eso, ninguno lo somos. Así funcionan los juegos.


No puedo dejar de mirar a Rue. Parece más pequeña que nunca, un cachorrito acurrucado en un nido de redes. Me resulta imposible abandonarla así; aunque ya no vaya a sufrir más daño, da la impresión de estar completamente indefensa. El chico del Distrito 1 también parece vulnerable, ahora que está muerto, así que me niego a odiarlo; a quien odio es al Capitolio por hacernos todo esto.


Vamos a meterte en el arroyo para que pueda lavarte y ver qué tipo de heridas tienes.
Primero, acércate un momento, que tengo que decirte una cosa. Me inclino sobre él y acerco el oído bueno a sus labios, que me hacen cosquillas cuando me susurra: Recuerda que estamos locamente enamorados, así que puedes besarme cuando quieras.
Gracias respondo, apartando la cabeza de golpe, pero sin poder evitar reírme. Lo tendré en cuenta.


Estoy mascullando, las palabras no se me dan tan bien como a Peeta, y, mientras hablo, la idea de perderlo de verdad vuelve a golpearme y me doy cuenta de lo mucho que me dolería su muerte. No es sólo por los patrocinadores, no es por lo que pasaría al volver a casa y no es que no quiera estar sola; es él, no quiero perder al chico del pan.


Entonces, ahora que me tienes, ¿Qué vas a hacer conmigo?
Ponerte en algún sitio en el que no puedan hacerte daño respondo, volviéndome hacia él.


¿Una última vez? ¿Para la audiencia? me dice, no en tono enfadado, sino hueco, lo que es mucho peor.
El chico del pan empieza a alejarse de mí.
Lo cojo de la mano con fuerza, preparándome para las cámaras y temiendo el momento en que no me quede más remedio que dejarlo marchar.


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2.  EN LLAMAS



No sólo nos obligan a nosotros en los distritos a recordar la mano de acero del poder del Capitolio cada año, nos obligan a celebrarlo. Y este año, yo soy una de las estrellas del espectáculo. Tendré que viajar de distrito en distrito, levantarme delante de multitudes que me ovacionan mientras me odian en secreto, mirar a los rostros de las familias cuyos hijos he matado. . .


La ceremonia está a punto de terminar cuando veo a una de las hermanas de Rue mirándome. Debe de tener unos nueve años y es prácticamente una réplica exacta de Rue, en la forma en la que permanece en pie con los brazos ligeramente extendidos. A pesar de las buenas noticias sobre las ganancias, no es feliz. De hecho, me mira con reproche. ¿Es porque no salvé a Rue? No. Es porque no le he dado las gracias, pienso. Una ola de vergüenza me recorre de la cabeza a los pies.


Ninguna muestra de amor, aunque creíble, cambiaría esta marea. Si el que alzara esas bayas fue un acto de locura pasajera, entonces esta gente también abrazará la locura.


Prim . . . Rue . . . ¿No son ellas la verdadera razón por la que debo intentar luchar? ¿Porque lo que se les ha hecho está tan mal, tan más allá de toda justificación, tan malvado que no hay elección? ¿Porque nadie tiene el derecho de tratarlas como ellas han sido tratadas?


De vuelta a la Arena. De vuelta al lugar de las pesadillas. Allí es donde voy.


Sí los vencedores son los más fuertes de entre los nuestros. Son los que sobrevivieron a la arena y se escaparon de la soga de la pobreza que nos estrangula a los demás. Ellos, o deberían decir nosotros, son la perfecta encarnación de la esperanza donde no hay esperanza. Y ahora veintitrés de nosotros moriremos para demostrar que incluso la esperanza era una ilusión.


―Tal vez deberías ser tú. En cualquier caso, odias la vida.
―Muy cierto. ―Dice Haymitch. ―Y dado que la última vez intenté mantenerte a ti con vida. . . parece que esta vez estaré obligado a salvar al chico.
―Ese es otro buen punto.
―El argumento de Peeta es que ya que te elegía ti, ahora estoy en deuda con él. Lo que él quiera. Y lo que quiere es la oportunidad de entrar de nuevo para protegerte. ―Dice Haymitch.―Podrís vivir cien vidas y no ser merecedora de él, ya lo sabes.
―Sí, sí ―Digo bruscamente. ―Sin cuestión, él es el superior en este trío. Así que, ¿Qué vas a hacer tú?



Ahora todo está invertido. Estoy determinada a mantenerlo con vida, sabiendo que el precio será mi propia vida, pero la parte de mí que no es tan valiente como me gustaría se alegra de que sea Peeta, y no Haymitch, quien está a mi lado. Nuestras manos se encuentran sin más discusión. Por supuesto que iremos a esto como uno solo.



Lo más hermoso de esta idea es que mi decisión de mantener a Peeta vivo a expensas de mi propia vida es un acto de desafío en sí mismo. Una negativa a jugar los Juegos del Hambre según las reglas del Capitolio.


―Recuerda, chica en llamas. ―Dice. ―Aún apuesto por ti.


―Pobre Finnick. ¿Es esta la primera vez en tu vida que no estás guapo? ―Digo.
―Debe de ser. La sensación es completamente nueva. ¿Cómo te las has arreglado todos estos años?
―Tú sólo evita los espejos. Te olvidarás.
―No si sigo mirándote a ti.



¿Dejará sobrevivir a alguien? ¿Habrá un vencedor de los Septuagésimo Quintos Juegos del Hambre? Tal vez no. Después de todo, qué será este vasallaje sino. . . ¿Qué era lo que había leído el Presidente Snow de la tarjeta? “. . . un recordatorio para los rebeldes de que incluso los más fuertes de entre ellos no pueden superar el poder del Capitolio. . .”



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3. SINSAJO



Mi lucha en curso contra el Capitolio, que tantas veces se sentía como un viaje solitario, no lo he hecho sola. He tenido miles y miles de personas de los distritos a mi lado. Yo era su Sinsajo mucho antes de que aceptara el papel.


—¿El presidente Snow dice que está enviándonos un mensaje? Bueno, tengo una para él. Puedes torturarnos y quemar nuestros distritos hasta los cimientos, pero ¿ve eso? ¡El fuego se está encendiendo! ¡Y si ardemos, tú arderás con nosotros!


Es sólo ahora, que ha sido corrompido, que puedo apreciar completamente al verdadero Peeta. Incluso más de lo que lo habría hecho si él hubiera muerto. La bondad, la firmeza, la cordialidad que tenía una sorprendente calidez detrás de ella.


—Hicimos volar tu mina. Tú quemaste mi distrito hasta los cimientos. Tenemos cada razón para matarnos mutuamente. Así que hazlo. Has feliz al Capitolio. He terminado de matar a sus esclavos por ellos. 
—No soy su esclavo —murmura el hombre.
—Yo lo soy —digo. Eso es por lo que maté a Cato… y él mató a Thresh… y él mató a Clove… y ella trató de matarme. Sólo da vueltas y vueltas, ¿Y quién gana? Ninguno de nosotros. Ni los distritos. Siempre el Capitolio. Pero estoy cansada de ser una pieza de sus Juegos.


—Katniss, ¿Qué diferencia hay, realmente, en aplastar a nuestro enemigo en una mina o sacarlos del cielo con una de las flechas de Beetee? El resultado es el mismo.
—No sé, estábamos bajo ataque en el 8, por una cosa. El hospital estaba bajo ataque 
—Sí, y esos aviones flotantes vinieron del Distrito 2 —dice él—. Así que, al tumbarlos, previnimos ataques futuros.
—Pero esa clase de pensamiento... puedes volverlo un argumento para matar a cualquiera en cualquier momento. Puedes justificar el enviar niños a los Juegos del Hambre para prevenir que los distritos se salgan de la raya —digo.


Todos esos meses dando por sentado que Peeta pensaba que yo era maravillosa estaban terminados. Finalmente, puede ver quién realmente soy. Violenta. Destructiva. Manipuladora. Mortal.
Y lo odio por eso.


—Haymitch dice que está mejorando —dice.
—Quizá. Pero ha cambiado —digo yo.
—Y tú. Y yo también. Y Finnick y Haymitch y Beetee. Ni siquiera me hagas hablar de Annie Cresta. La arena nos ha cambiado a todos nosotros, ¿no te parece? ¿O todavía te sientes como la chica que se presentó como voluntaria para salvar a su hermana?


—Damas y caballeros...
Su voz es silenciosa, pero la mía se escucha por todo el cuarto.
—¡Que comiencen los Septuagésimo sextos Juegos del Hambre!


Lentamente, como lo haría con un animal herido, extiendo mi mano y toco una onda de pelo de su frente. Él se congela por mi toque, pero no se aleja. Entonces, continúo acariciando suavemente su cabello hacia atrás. Es la primera vez que lo he tocado voluntariamente desde la última arena.
—Tú aún intentas protegerme. ¿Real o no real? —susurra.
—Real —contesto. Parece requerir más explicación—. Porque eso es lo que tú y yo hacemos. Nos protegemos el uno al otro.


Poco a poco, me veo obligada a aceptar lo que soy. Una niña con quemaduras graves, sin alas. Sin fuego. Y sin hermana.


Lo que necesito es el diente de león en la primavera. El amarillo brillante que significa renacer en vez de destrucción. La promesa de que la vida puede continuar, sin importar lo malo de nuestras pérdidas. Que puede ser buena de nuevo. Y sólo Peeta puede darme eso.


Les diré cómo sobreviví. Les diré que en las malas mañanas, se siente imposible encontrar placer en algo porque tengo miedo de que pueda serme arrebatado. Ahí es cuando hago una lista en mi cabeza de cada acto de bondad que he visto a alguien hacer. Es como un juego. Repetitivo. Incluso un poco tedioso después de más de veinte años.
Pero hay juegos mucho peores que jugar.


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4. BALADAS DE PÁJAROS CANTORES Y SERPIENTES


El Capitolio animaba a sus ciudadanos a ver el espectáculo, pero mucha gente lo evitaba. El reto consistía en convertirlo en un acontecimiento más atractivo.


Que su tributo hubiera elegido un atuendo tan festivo para el acontecimiento más oscuro del año evidenciaba algo que iba más allá de un simple error de juicio.


—Ahí pone que está totalmente prohibido dar de comer a los animales.
—Pero es que no son animales —replicó Sejanus—. Son niños, como tú y como yo.
—¡Esos no son como yo! —protestó la chiquilla—. Son de los distritos. ¡Por eso se merecen estar enjaulados!



—La controlamos —dijo en voz baja—. Si es imposible acabar con la guerra, tenemos que controlarla de manera indefinida. Como hacemos ahora. Con los agentes de la paz ocupando los distritos, leyes estrictas y recordatorios de quién está al mando, como los Juegos del Hambre. En cualquier caso, siempre es preferible tener el control, ser el vencedor y no el vencido.


— Me puse celoso con tu balada porque quería que pensaras en mí, no en alguien de tu pasado. Una estupidez, ya lo sé. Pero es que eres la chica más increíble que he conocido en mi vida. De verdad. Extraordinaria en todos los sentidos. Y yo… —Se le anegaron los ojos de lágrimas, pero parpadeó para contenerlas. Debía ser fuerte por los dos—. No quiero perderte. Me niego a perderte. Por favor, no llores.
—Lo siento. Perdona. Ya paro. Es que… Me siento muy sola.
—No lo estás. —Coriolanus entrelazó los dedos con los de ella—. Ni lo estarás en la arena. Estaremos juntos. Estaré a tu lado en cada momento. No pienso perderte de vista. Vamos a ganar estos Juegos juntos, Lucy Gray. Te lo prometo.


Lucy Gray. Ahora que él mismo había pisado la arena, las circunstancias de la muchacha le parecían aún más terribles que antes. Le partía el corazón imaginársela acurrucada entre los escombros, envuelta por la fría oscuridad del estadio, demasiado petrificada para cerrar los ojos.


—Lo que me gustaría que los televidentes supieran sobre Jessup es que era una buena persona. Me protegió con su cuerpo cuando estallaron las bombas en el estadio. Ni siquiera fue un acto consciente, lo hizo por reflejo. Era así por naturaleza: un protector. Creo que no tenía ninguna oportunidad en los Juegos porque habría preferido morir protegiendo a Lucy Gray.
—Ah, como si fuera un perro o algo parecido —repuso Lepidus—. Uno muy bueno.
—No, no como un perro. Como un ser humano.


Pese a no creer en la telepatía, intentó proyectarle sus pensamientos: «Déjame ayudar, Lucy Gray. O, por lo menos, hazme alguna señal para que sepa que aún estás bien». Tras meditarlo un momento, añadió: «Te echo de menos».



Un pájaro negro, un poco más grande que los charlajos, abrió de repente las alas y dejó al descubierto dos manchas de un blanco deslumbrante mientras alzaba el pico para cantar. Coriolanus estaba convencido de haber visto su primer sinsajo, y lo odió al instante.


—Esto es lo que creo. Si el Capitolio no estuviera al mando, nosotros ni siquiera mantendríamos esta conversación, porque a estas alturas ya nos habríamos destruido mutuamente.
—La gente llevaba mucho tiempo sobre la faz de la Tierra antes de que existiera el Capitolio, y espero que sigamos aquí mucho después de que se haya extinguido —concluyó Lucy Gray.



Se sentía tan libre y relajado…
¿Y si fuera esa su vida: levantarse a la hora que le diese la gana, salir a buscar lo que quisiera comer ese día y pasear con Lucy Gray a orillas del lago? ¿Quién necesitaba dinero, éxito y poder cuando tenía amor? ¿No decían que era lo más importante de todo?



Era otra forma de borrar a Lucy Gray del mundo. El Capitolio la olvidaría, los distritos apenas la conocían y el 12 nunca la había aceptado como una de los suyos. En unos cuantos años, solo quedaría el vago recuerdo de la chica que una vez cantó en la arena. Hasta que eso también se olvidara. Adiós, Lucy Gray, apenas te conocimos.


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