SERIE LAS REGLAS DE LOS CANALLAS [+18] –
Sarah MacLean
Sarah MacLean
+ Frases:
1. UN CANALLA ES SIEMPRE UN CANALLA
MIQUEL Y PENELOPE
Ella negó con la cabeza y lo miró a los ojos, la única cosa familiar en él.
—Se ha ido.
—¿Quién?
—Mi amigo.
—Tú no puedes simplemente acarrearme como... como... ¡una oveja!
Su zancada se interrumpió por una fracción de segundo.
—¿Una oveja?
Ella hizo una pausa, obviamente repensando la comparación.
—¿Los agricultores no acarrean las ovejas sobre sus hombros?
—Nunca he visto semejante cosa, pero tú has vivido en el campo más tiempo que yo, así que... si dices que te estoy tratando como una oveja, que así sea.
—Evidentemente no te importa que me sienta como si hubiera sido maltratada.
—Si te sirve de consuelo, no tengo intención de trasquilarte.
—Por lo menos cuéntame sobre ello.
—¿Sobre qué?
—Sobre tu infierno.
Él cruzó los brazos sobre el pecho.
—Imagino que sería muy similar a un largo viaje en carruaje con una novia con un gusto por la aventura recién descubierto.
Ella se echó a reír sorprendida por la broma.
—Ella ganó. —El crupier no podía ocultar su sorpresa—. Número veintitrés.
Pleno.
La mirada de Michael se deslizó hacia la mesa, luego hacia la ruleta.
—¿Lo hizo?
Los ojos de ella se abrieron de par en par.
—¿Lo hice?
El crupier le dirigió una sonrisa tonta.
—Lo hizo.
—¿Crees que no te he echado de menos? —Ella se congeló con las palabras, su respiración volviéndose superficial, desesperada porque dijera más—. ¿Crees que no he echado de menos todo de ti? ¿Todo lo que representabas?
Él se apretó contra ella, su aliento suave contra la sien. Ella cerró los ojos. ¿Cómo se habían encontrado aquí, en este lugar donde él estaba tan sombrío y roto?
—¿Crees que no quería volver a casa? —Su voz ronca por la emoción—. Pero no había casa a la cual pudiera regresar. No había nadie allí.
—Estás equivocado —replicó ella—. Yo estaba allí. Yo estaba allí... y estaba... — Sola. Ella tragó saliva—. Yo estaba allí.
—No es que esperásemos nada menos de lord Bourne... esposo o no, ¡sigue siendo un pícaro! ¡Y eso que llamamos un pícaro, porque cualquier otro nombre escandalizaría a alguien tan dulce!
—Oh, por amor de Dios. —Penelope puso los ojos en blanco ante eso, mirando hacia Michael, que parecía... complacido—. ¿Estás halagado?
Él volvió unos ojos inocentes hacia ella.
—¿No debería estarlo?
—Absolutamente fascinante, ¿no?
Fingió estar ofendido.
—¿No habías advertido eso acerca de mí?
Lo terrible era que lo había hecho. No que ella se lo diría.
—No. Pero también puedo ver que eres infinitamente más modesto que los otros.
—Tú... hombre... egoísta. —Ella dio un paso hacia él—. ¿Crees que no entiendo de
desilusión? ¿Piensas que no estaba desilusionada cuando observaba a todo el mundo a mi alrededor... a mis amigas, a mis hermanas... casarse? ¿Crees que no estaba devastada el día que descubrí que el hombre con quien debía casarme estaba enamorado de otra? ¿Crees que no estaba enojada cada día que me despertaba en la casa de mi padre sabiendo que nunca podría tener la alegría... y que nunca encontraría el amor? ¿Crees que es fácil ser una mujer como yo, lanzada de uno a otro para que me controlen... padre, prometido, y ahora esposo?
—He tolerado muchas cosas de los hombres a través de los años, Michael. Padecí un compromiso matrimonial con un hombre al que no le importaba nada de mí y todo de mi reputación, y un compromiso roto que resonó por los salones de baile durante dos temporadas completas... mientras mi prometido se casaba con el amor de su vida, nacía su heredero y a nadie parecía importarle.
Ella enumeraba los asuntos con los dedos mientras hablaba y avanzaba hacia él.
—Después de eso vinieron cinco años de cortejos de hombres que me apreciaban por nada más que mi dote... no es que evitar esos matrimonios ayudara en lo más mínimo, ya que parezco haber aterrizado en uno que no tiene nada que ver conmigo y todo que ver con mi relación con un pedazo de tierra.
—Siento mucho que alguna vez te hayas sentido deshonrada, amor... en este momento no hay nada acerca de ti que no encuentre absolutamente precioso. Debes saberlo.
—Lo hago.
Él no apartó su mirada de la ella.
—¿Lo haces? ¿Ves cuánto te valoro? ¿Lo sientes?
—¿No lo ves, Michael? ¿No ves cuánto más eres ahora de lo que habrías sido ¿Cuánto más fuerte? ¿Cuánto más poderoso? Si no fuera por ese momento, por la forma en que te cambió, por el modo en que cambió tu vida... no estarías aquí. —Su voz se convirtió en un susurro—. Y yo tampoco.
—De las ganancias de ayer solo quiero una cosa.
—¿Qué es?
Ella se estiró para besarle profundamente, dejándole sin aliento.
—A ti.
—Puede que llegues a arrepentirte de esa ganancia, Sixpence.
Ella negó con la cabeza, completamente seria.
—Nunca.
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2. UN BUEN CONDE MERECE UNA AMANTE
JASPER Y PHILIPA
—Es decir, usted es otro hombre, por supuesto, pero no es un hombre de verdad. Quiero decir que usted no es una amenaza para Castleton. Usted está a salvo.
—¿Y el hecho que usted me haya pedido que la ayude en un sinnúmero de actividades que podrían destruir su reputación y acabar de inmediato con su
compromiso?
—Eso no lo convierte en un hombre —dijo ella rápidamente. Demasiado rápidamente. Demasiado rápidamente como para tener que retirarlo—. Quiero decir. Bueno. Usted sabe lo que quiero decir. No el significado que usted le da.
—Supongo que se estará preguntando cómo es que llegué a estar aquí.
—Se está convirtiendo en toda una acosadora, lady Philippa.
Ella se enderezó.
—Yo no le acecho.
—¿No? ¿En mi oficina? ¿En su balcón? Ahora aquí... en mi club... ¿en un hueco oscuro? Yo lo llamaría acecho.
—El balcón era mío —no pudo evitar señalarle—. Si alguien está acosando, es usted.
—Ahora, señorita Tasser. ¿Es cierta mi estimación de que usted es, de hecho, una prostituta?
La palabra salió de sus labios como si la dijera docenas de veces al día.
—Dios mío —él fulminó a Sally con una mirada—. No respondas.
—¿Y por qué no? —Pippa sonrió a Sally—. No hay nada vergonzoso en ello.
Incluso las cejas de Sally se elevaron ante eso.
Seguro que esto no está sucediendo.
—Pippa... —dijo, sabiendo que no debía hablar.
Ella le interrumpió.
—No me diga que no es verdad. Lo sé. Soy rara.
—Lo es.
Ella frunció el ceño.
—Bueno, tampoco hace falta que diga que es cierto.
Él no puedo evitarlo. Sonrió.
—Las reglas de los caballeros hacen hincapié en que deben mantener su palabra evitando volverse atrás, incluso durante una mala apuesta —le explicó, tentado a suavizar el surco de su frente, resistiéndose—. Las reglas de los sinvergüenzas son mantener una apuesta solo si se puede ganar.
—Es increíble el poder que los hombres tienen y lo mal que lo utilizan. ¿No le parece?
—¿Y si usted tuviera los mismos poderes?
—No los tengo.
—¿Pero si los tuviera?
—Hubiera ido a la universidad. Me uniría a la Sociedad Real de Horticultura. Tal vez a la Sociedad Real de Astronomía... entonces conocería la diferencia entre la estrella polar y Vega.
Él se echó a reír.
—Me casaría con alguien que me gustara. —Ella hizo una pausa, lamentando al instante la forma en que las palabras sonaron en su lengua—. Quiero decir... no me desagrada Castleton, es un buen hombre. Muy amable. Es solo... —Ella se interrumpió, sintiéndose desleal.
—Entiendo.
—Todos los dados estaban cargados. No te debo nada.
Ella frunció el ceño.
—Por el contrario, me debes mucho. Confié en que me dijeras la verdad.
—Tu error, no el mío.
—¿No te da vergüenza hacer trampas?
—Me da vergüenza ser atrapado.
—Es solo que... desde que nos conocimos, me he sentido algo... bien, fascinada
por... Ti
Dilo, deseó él, no del todo seguro de lo que haría si lo decía, pero dispuesto a ponerse a prueba.
Ella tomó otro aliento.
—Por tus huesos.
¿Alguna vez diría algo esperado?
—¿Mis huesos?
Asintió con la cabeza.
—Sí. Bien, los músculos y tendones, también. Tus antebrazos. Tus muslos. Y antes... mientras te veía beber tu whisky... tus manos.
—Estoy enojada contigo.
—Lo siento —dijo, en interés de su auto-preservación.
—¿Por qué? —preguntó. Hizo una pausa. Ninguna mujer se lo había preguntado jamás. Ante su falta de respuesta, añadió—: No sabes a qué me refiero.
No había acusación. Solo hechos.
—No lo sé.
—Me mentiste.
Lo había hecho.
—¿Sobre qué?
—Interpreto tu pregunta como si lo hubieras hecho más de una vez —dijo.
—Has estado llorando.
Ella negó con la cabeza.
—No a propósito.
Una comisura de su hermosa boca se levantó en una sonrisa torcida.
—No, no imagino que lo fuera.
—Me hiciste llorar —lo acusó.
Él se puso serio.
—Lo sé.
—. ¿Qué has hecho?
—¿No lo ves, hombre tonto? Te estoy salvando.
—Parece imposible que me pudieras amar —susurró él.
—¡Qué raro! —le dijo—. Ya que parece realmente imposible que no te pudiera amar.
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3. NO HAY AMOR SIN ESPINAS
WILLIAM Y MARA
—¿De verdad pensó que dejarme inconsciente en el suelo de la biblioteca apaciguaría mi cólera?
—Le tapé con la manta —se defendió ella.
—¡Qué tonto soy! Por supuesto… Eso lo resuelve todo.
—De mí dicen que soy un canalla.
Le tocó a ella arquear una ceja.
—Creo que a tenor de mi experiencia con usted, le llamaría algo mucho peor.
—¿Cómo supiste que…?
Él sonrió.
—Te dije que te encontraría cada vez que escaparas.
—No deberías estar haciendo cabriolas por Londres con una herida reciente —le riñó—. Acabará abriéndose de nuevo.
—¿Estás preocupada por mí?
—No —repuso ella con rapidez, más por instinto que por cualquier otra cosa.
—Yo creo que sí.
—Quizá la herida te haya afectado al cerebro —dijo ella con malhumorado sarcasmo—. Sencillamente, no quiero tener que repetir el trabajo.
—¿Por qué? Podrías sisarme otras dos libras. Por cierto, comprobé esa tarifa y es un robo. Un cirujano lo habría hecho por un chelín. Tres como mucho.
—Una lástima entonces que no tuvieras un cirujano a mano. Carga la diferencia a la ley de la oferta y la demanda. Y te costará el doble si se te abre y tengo que volver a coserla.
—¿Sabías que los hombres se acobardan con solo oír mencionar mi nombre?
Ella soltó una risita.
—Si te vieran ahora, acunando a una cerdita, podrían perderte el respeto.
—Te avergüenzas de ellas —comentó al tiempo que pasaba por su palma la yema del pulgar. Eso estuvo a punto de volverla loca—.No deberías, ¿sabes? —continuó él, trazando con lentitud una espiral de tortura interminable—. Estas manos te han ayudado a sobrevivir durante doce años. Han trabajado, ganado tu sustento. Te han ofrecido refugio y seguridad durante más de una década.
—Jamás planeé que te acusaran de mi muerte.
—Ni siquiera ahora eres capaz de contarme la verdad.
—Sé que no me crees, pero esa es la verdad —musitó ella—. No había planeado que nadie pensara que estaba muerta. Solo quería que creyeran que me habías deshonrado.
Él no pudo contener la conmocionada carcajada que soltó al escucharla.
—¿Qué clase de actos perversos esperabas que realizara?
—Había oído que se sangraba —repuso ella, que no parecía nada divertida.
Temple arqueó las cejas.
—No tanto.
—Sí, ya. Lo entendí después, cuando te acusaron de asesinato —murmuró.
—¿Por qué te habrías acercado a mí?
Ella sonrió, misteriosa y divertida.
—Eras muy guapo. Y en los jardines, te mostraste irreverente. Me gustabas. Y de alguna forma, a pesar de todo esto, sigues gustándome.
—¿Qué ocurriría si no lleváramos puesto el manto del pasado? ¿Si no fuéramos el duque asesino y Mara Lowe?
—No quiero que te llames así —le riñó.
Él tiró de su brazo, acercándola más.
—Supongo que ya no lo soy. Has arruinado mi reputación.
—Pensaba que era lo que querías —replicó, quedándose quieta.
—Yo también lo pensaba.
—No podemos casarnos —dijo con
suavidad.
Él la besó en la coronilla.
—Duerme conmigo esta noche y
mañana te convenceré de por qué esa es la mejor idea que he tenido nunca.
—Estoy segura de que habrías ganado, pero me cansé de esperar también esto.
—Hoy te muestras muy impaciente.
—Es que doce años es mucho tiempo esperando.
—Esperando, ¿qué?
—El amor.
—Repítelo.
—Te amo, William Harrow, duque de Lamont.
—¿Qué he ganado? —susurró ella en su oído.
Él sonrió de oreja a oreja.
—¿Qué te gustaría haber ganado?
—A ti. —Simple y perfecto.
—Yo ya soy tuyo —repuso, besándola—. Y tú eres mía.
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4. NUNCA JUZGUES A UNA DAMA POR SU APARIENCIA
GEORGIANA Y DUNCAN
—¿Cómo me ha conocido?
—Cuando llegué, mi hermano me indicó quienes eran los leones presentes en el salón de baile. —La mentira salió con facilidad.
Él ladeó la cabeza.
—¿Los más regios e importantes?
—Los perezosos y peligrosos.
—Puedo llegar a ser peligroso, lady Georgiana, pero jamás en mi vida he sido perezoso.
—¿Está segura de que no nos conocemos? —insistió él.
—Hace muchos años que no frecuento estos círculos —dijo al tiempo que negaba con la cabeza.
—Yo tampoco me muevo en ellos. —Volvió a hacer una pausa—. De todas maneras, me acordaría —añadió más para sí mismo que para ella.
—¿Está coqueteando conmigo?
—No tengo necesidad de coquetear. Es la verdad.
Ella curvó los labios en una leve sonrisa.
—Ahora sé que sí está coqueteando. Y sin miramientos.
—Milady, me elogia.
—Basta ya, señor —repuso ella, riéndose—. Tengo un plan. Y no incluye periodistas guapos.
Él mostró sus dientes blancos y brillantes.
—Así que ahora soy guapo, ¿no?
— ¿Cómo no me he dado cuenta antes? ¿Cómo no lo he visto? ¿Olido? ¿Cómo no he sido consciente de la curva de tus labios? ¿De la línea de tu cuello? —Él hizo una pausa y se inclinó más, a punto de rozar su boca—. ¿Cuántos años hace que te conozco?
—¿Georgiana es otra? —Ella cerró los ojos un momento como si estuviera considerando la respuesta y él cambió la pregunta—. ¿Tienes que pensar la respuesta?
—¿No tenemos que pensarlas todas? —musitó ella con suavidad de manera reflexiva—. ¿No somos todos dos personas a la vez? ¿Tres? ¿Una docena? ¿No somos diferentes con la familia, con los amigos, con los amantes, con los extraños, con los niños? ¿No son diferentes los hombres con las mujeres y las mujeres con los hombres?
—No necesito una niñera, ¿sabes? —dijo ella, en un tono suave para que solo lo escuchara él.
—No, pero al parecer sí necesitas que te digan cuándo dejar de beber.
Ella le lanzó una mirada cortante.
—Si no me hubieras puesto nerviosa, no lo habría hecho.
—Ah, entonces sí fue por mi culpa.
—¿Te preocupa protegerme?
—Dada mi experiencia, vale la pena proteger algunas cosas. Cuando un hombre se topa con algo así, debe hacer lo posible para mantenerlo a salvo.
—¿Para demostrarme que, incluso ahora que estoy predispuesto a luchar, él me dirige? ¿Para demostrarme que siempre…? —Se interrumpió.
—¿Qué siempre qué?
—Para demostrarme que siempre será más importante para ti, a pesar de lo mal que te trata.
—No me trata mal.
—Lo hace. No cree en ti. No percibe tu pena. No sabe lo valiosa que eres. ¡Lo preciosa que eres!
—Desearía que fuéramos otras personas —musitó—. Me gustaría que fuéramos gente sencilla, y lo único que nos importara fuera tener comida en la mesa y un techo sobre nuestras cabezas.
—Y amor —añadió él.
Georgiana no vaciló.
—Y amor —convino.
—Si fuéramos otras personas —preguntó él—, ¿te casarías conmigo?
—Sí.
—Si fuéramos otras personas —dijo él, con un tono reverente mientras le pasaba la punta de los dedos por el rostro—, te lo pediría.
— Dímelo.
—No debería. —Reprimió las lágrimas—. No es buena idea.
—Mi vida está llena de malas ideas. Dímelo —insistió él, antes de besarla con rápida ternura—. Dime que me amas.
—Te elijo. Siempre.
—Yo también te elijo a ti, milady. Para siempre.
—Me retiraste la entrada en el club —le recriminó.
—Lo siento. Te invito de nuevo…
—No me importa el maldito club. Me importa que me quisieras alejar de ti.
—No podía tenerte cerca —explicó, diciendo la verdad—. No podía tenerte cerca sin querer tenerte cerca para siempre.
—¿Puedo decirlo ahora?
—Decir ¿qué?
—¿Puedo decirte ya que te amo?
—No puedes —dijo con el corazón palpitando tan fuerte en su pecho que parecía a punto de escapar—. A menos que pienses decirlo todos los días. Para siempre.
—Eso dependerá de ti —repuso ella, sonriente.
—Decir ¿qué?
—¿Puedo decirte ya que te amo?
—No puedes —dijo con el corazón palpitando tan fuerte en su pecho que parecía a punto de escapar—. A menos que pienses decirlo todos los días. Para siempre.
—Eso dependerá de ti —repuso ella, sonriente.
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