EL PASADO NUNCA CIERRA LOS OJOS [+18] - Chevy Stevens
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Las personas con depresión suelen dejar su medicación cuando se enamoran, pues las endorfinas crean su propio antidepresivo natural. Por desgracia, luego entra en escena la vida real.
—Quiero a mi madre, pero a veces… a veces la odio. Me gustaría que se pareciese más a las madres de mis amigos. Me gustaría que fuese normal.
Busqué entre la multitud hasta encontrar el rostro de mi madre, sus ojos azules anegados en lágrimas. Le sostuve la mirada mientras mis propias lágrimas me resbalaban por la cara. Intenté transmitirle mis pensamientos: «Lo siento. No lo decía en serio. Sólo estaba enfadada contigo».
Ella me dio la espalda.
Lo que Heather estaba diciendo se parecía mucho a una técnica llamada «bombardeo de amor», un elemento que utilizan distintos grupos e incluso los comerciales de las empresas. Te dan lo que creen que necesitas: apoyo, cumplidos, refuerzo positivo, para que te sientas bien contigo mismo, cosa que, a su vez, hace que te sientas bien con ellos. Me acordé de nuevo de los tiempos en la comuna, cuando Aaron nos pedía que fuésemos exageradamente amables con los miembros nuevos y que les enseñásemos lo felices que éramos viviendo en aquella comunidad.
Al parecer, empleaban la privación de sueño y la inactivación del mecanismo de alerta para inducir un estado de confusión mental, lo cual resultaba alarmante: las sectas lo utilizan como medio para doblegar a los nuevos miembros.
Cuando empezó a consumir drogas, creí que podría ayudarla. Era psiquiatra, así que cómo no iba a poder ayudar a mi propia hija, pero luego, cuando todos los intentos fracasaron y se fue de casa, pensé: «¿Qué clase de médico soy?». ¿Cómo podía llamarme a mí misma profesional de la salud cuando mi propia hija drogadicta vivía en la calle?
Empecé a llorar al revivir todo el miedo que había sentido en ese momento, cuando creí que la vida de mi madre estaba en mis manos y que si cometía un error, ella moriría por mi culpa. Que al final sucumbiría bajo el peso de toda su tristeza y sus pensamientos negros. Era el mismo sentimiento que había experimentado durante toda nuestra infancia: que debía portarme bien, cuidar de mi madre. Pero ¿quién se había encargado de cuidar de mí?
— Si vas por ahí haciendo preguntas sobre ellos, será mejor que tengas cuidado.
—¿Qué teme que pueda ocurrir?
—A esa gente no le gusta que no veas las cosas como ellos.
—¿Y nadie opone resistencia?
Sabía lo cerradas que podían llegar a ser las sectas, incluso que con el tiempo los miembros podían llegar a tolerar numerosos abusos a manos de sus líderes, pero todavía me sorprendía que hubiese tanta gente dispuesta a comulgar con las locuras de Aaron.
Me miró fijamente a los ojos y sentí lo enfermizo de todo aquello, la sensación que siempre había tenido cuando era niña, agravada aún más por el hecho de saber que, en su mente enferma y retorcida, lo decía de todo corazón.
Quise explicarle que irme de allí fue para mí la única manera de poder sobrevivir, que nuestra familia estaba sumida en el dolor y la negación, y que ya no podía seguir fingiendo, no podía seguir guardando silencio.
—Cuando amamos a las personas —dije—, queremos ayudarlas, aunque ellas no quieran. Es sólo que a veces acabamos haciéndonos daño a nosotros mismos.
La tragedia que había asolado aquel lugar todavía se respiraba en el aire, la energía del dolor y la muerte y el miedo se había quedado adherida a los edificios, y yo la sentía en lo más hondo de mi ser.
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