Translate

FRASES - SERIE CUARTETO SMYTHE-SMITH [+18] - Julia Quinn

 



SERIE CUARTETO SMYTHE-SMITH [+18] – Julia Quinn







Frases:


1. UN ROMANCE ADORABLE   

MARCUS Y HONORIA



―Voy a tomar uno, también ―dijo―. Para que no te sientas sola. Ella trató de no sonreír.
―Eso es muy generoso de tu parte.
―Estoy seguro de que es mi deber de caballero.
―¿Comer pastel?
―Es uno de los atractivos de mis deberes de caballero ―admitió.


―Siempre hacías eso ―dijo él. Ella levantó la vista.
―¿Qué?
―Comerte el postre poco a poco, sólo para torturarnos al resto.
―Me gusta hacer que dure. ―Le lanzó una mirada maliciosa, acompañada de un encogimiento de un solo hombro―. Si te sientes torturado por eso, es tu problema.
―Cruel ―murmuró.
―Contigo, siempre.



―Oh, por favor, Marcus. Siempre eres condescendiente.
―Explícate ―dijo él bruscamente.
―Oh, sabes a qué me refiero.
―No, no sé a qué te refieres.
Siempre miras a la gente así. ―Y luego hizo una cara, una que él no podía comenzar a describir.
―Si alguna vez me veo así ―dijo él secamente―. Precisamente así, para ser más exacto, te autorizo a dispararme.



—Uno de los lacayos me persiguió. —Ella miró sobre su hombro a través de la puerta abierta—. Creo que podría haber pensado que era una ladrona, aunque realmente si yo viniera para robarle a Fensmore, no empezaría por la tarta de melaza.
—¿De verdad? —preguntó, su boca llena de cielo—. Es exactamente donde yo empezaría.



—Tengo curiosidad. ¿Por qué no elegiría para leer algo poco serio?
—No lo sé. Tú eres tú.
—¿Por qué eso suena como un insulto?



—¿Qué estás diciendo? —preguntó cuidadosamente.
 —Bueno —dijo ella, mirando hacia una pared totalmente blanca—, me doy cuenta de que no somos las más. . . eh… —Se aclaró la garganta—. ¿Hay un antónimo de 

discordantes?
Él la miró con incredulidad.
—¿Estás diciendo que sabes?... ehm, es decir…
—¿Qué somos horribles? —terminó ella por él—. Por su
puesto que lo sé. ¿Me crees una idiota? ¿O sorda?


—¿Terrible, en comparación con la mayoría de la humanidad o terrible para las Smythe-Smith?
—Terrible incluso para nosotras.
—Eso es gravísimo.


—Lo sé. Creo que la pobre Sarah tiene la esperanza de ser alcanzada por un rayo en algún momento en las próximas tres semanas. Ella apenas se ha recuperado del año pasado.
—¿Puedo entender que ella no sonrió y puso cara de valiente?
—¿No estabas allí?
—Yo no estaba mirando a Sarah
.


—¿No podemos ser el primer conjunto de primas en amotinarse? —cortó Sarah, levantando su cabeza—. ¿No podemos simplemente decir que no?
—¡No! —aulló Daisy.
—No —convino Honoria.
—¿Si? —dijo Iris débilmente.
—No puedo creer que quieras hacer esto otra vez —dijo Sarah a Honoria.
—Es tradición.
—Es una tradición horrible, y me tomará seis meses recuperarme.
—Nunca me voy a recuperar —se lamentó Iris.



—Vamos a recoger nuestros instrumentos y tocar Mozart —anunció Honoria—. Y vamos a hacerlo con una sonrisa en nuestro rostro.
—No tengo idea de lo que alguna de ustedes está hablando —dijo Daisy.
—Tocaré —dijo Sarah—. Pero no hago promesas sobre una sonrisa. —Ella miró al piano y parpadeó—. Y no estoy levantando mi instrumento.


—Yo no quería perderme la velada musical.
—Oh, ahora sé que estás mintiendo.
—No, en serio —insistió él—. El conocimiento de tus verdaderos sentimientos traerá una nueva dimensión a la empresa.
—Por favor. No importa cuánto creas que te estás riendo conmigo, y no de mí, no puedes escapar de la cacofonía.
—Estoy pensando en discretas bolas de algodón para los oídos.
—Si mi madre te atrapa, estará mortalmente herida. Y ella, fue quien te salvó de una herida mortal.
Él la miró con cierta sorpresa. —¿Ella todavía pien
sa que tienes talento?


—No me gusta estar en el centro de atención.
—No. No lo haces. —Y luego—: Siempre fuiste un árbol.
—¿Discúlpeme?
—Cuando llevábamos a cabo nuestras terribles pantomimas de niños. Siempre fuiste un árbol.
—Nunca tuve que decir nada.
—Y siempre tuviste que situarte en la parte de atrás. Se sintió sonreír, hacia un lado y de verdad.
—Me gustaba ser un árbol.

—Eras un árbol muy bueno. —Ella sonrió entonces, también; una cosa radiante, maravillosa—. El mundo necesita más árboles.


Miró a Honoria, seguro de que vería una expresión de empatía en su rostro. Ella había estado allí, después de todo. Sabía exactamente cómo se sentía el estar sobre ese escenario, creando ese ruido.
Pero Honoria no se veía ni remotamente molesta por sus primas. En lugar de eso, las miraba con una sonrisa radiante, casi como una mamá orgullosa deleitándose en los logros de sus magníficas pupilas.
Tuvo que mirar dos veces para asegurarse de que no estaba viendo cosas.
—¿No son maravillosas? —murmuró ella, ladeando su cabeza hacia la suya. Sus labios se abrieron con sorpresa. No tenía idea de cómo responder.
—Han mejorado tanto —susurró ella
.


----------------------------------------------------------------------------------------------

2.  UNA NOCHE INOLVIDABLE

ANNE Y DANIEL



—¿Hay alguien a quien pueda llamar? —preguntó ella. Sus cejas se elevaron.
—¿Desea que alguien sepa que ha estado aquí, a solas, conmigo?
—Oh. Por supuesto que no. No estaba pensando con claridad.
—Tengo ese efecto en las mujeres.


—Deberías hacer eso más a menudo —dijo él—. Reír, quiero decir.
—Lo sé. —Pero eso sonó triste y ella no quería sonar así, así que añadió—. No a menudo puedo torturar hombres adultos, sin embargo.
—¿En verdad? —murmuró—. Pensaría que lo hace todo el tiempo. Ella lo miró.
—Cuando entras a una habitación —dijo suavemente—, el aire cambia.


—Sin embargo, no puedo evitar sentirme halagado de que notara la última adición a mi colección —dijo.
Ella rodó sus ojos.
—Debido a que las lesiones personales son una cosa tan digna de coleccionar.
—¿Son todas las institutrices tan sarcásticas?


—¿Hay un unicornio? —preguntó Frances—. Yo sería un excelente
unicornio.
—Creo que yo preferiría ser el unicornio —dijo él tristemente.
—¡No tiene sentido! —dijo la señorita Wynter—. Debe ser nuestro héroe.
A lo cual Frances respondió:
—Los unicornios pueden ser héroes.


—Me siento un poco como un viejo lascivo, intentando casarme con Elizabeth.
Ella se rio.
—Supongo que no considerarías intercambiar los papeles.
—¿Con usted?
Él frunció el ceño.
—Con Elizabeth.


—¿Cree que las niñas nunca hacen travesuras?
—Oh, sé que lo hacen. —Él colocó una mano contra su corazón—. Cinco hermanas. ¿Entiendes? Cinco.
—¿Está destinado eso a invocar lástima?
—Definitivamente debería —dijo él—. Pero aun así, no las recuerdo irse a los golpes.


—¿Sería inapropiado de mí parte admitir que estoy desmesuradamente halagado por tu atención en los detalles de mi rostro?
Anne dejó salir una risa.
—Inapropiado y ridículo.
—Es cierto que nunca me he sentido tan colorido —dijo él, con un claramente fingido suspiro.
—Usted es un verdadero arcoíris —concordó ella—. Veo rojo… bueno, no naranja y amarillo, pero ciertamente verde, azul y violeta.


—No quiero tu protección —gritó ella—. ¿No lo entiendes? He aprendido a cuidar de mí misma, a mantenerme a mí misma… —Se detuvo, luego terminó con—: No puedo ser responsable por ti también.


—Por favor, no —dijo ella—. Necesito que me dejes sola. Esta…. Esta... —Luchó por una palabra; no podía soportar llamarlo una cosa—. Este sentimiento entre nosotros… —Finalmente se resolvió—. Nada puede salir de ello. Debes entender eso. Y si te importo en absoluto, te irás.


―Estoy feliz de que lo hicieras. 
Ella lo miró con sorpresa.
―Deberías haberlo cortado en algún otro lugar. 
Sus ojos se abrieron, y luego soltó una carcajada.
―Llámame sanguinario ―murmuró él.


―¿Puedo decir que estoy muy orgulloso de conocerte? Y estoy muy, muy orgulloso de llamarte mía ―La besó suavemente―. Pero nunca serás mi amante.
Ella se echo hacia atrás.
―Dan…
―Ya he anunciado que tengo la intención de casarme contigo. ¿Me harías un mentiroso?


—No me atrevo a perderle todo el afecto al concierto.
—¿De verdad? —Él hizo una mueca cuando Harriet hizo algo indecible con su violín—. Porque yo no me atrevo a perder todo el afecto por mi oído.
—Pero sin el musical, nunca nos habríamos conocido —le recordó ella.
—Oh, creo que te habría encontrado.
—Pero no una noche como esta.


----------------------------------------------------------------------------------------------

3. LA SUMA DE TODOS LOS BESOS

HUGH Y SARAH



—¿No tiene conciencia? —dijo entre dientes.
—Usted no me conoce —mordió—. No sabe lo que pienso o lo que siento o la medida del infierno que visito todos los días de mi vida. Y la próxima vez que se sienta tan agraviada, usted, que ni siquiera lleva el mismo apellido que Lord Winstead, haría bien en recordar que una de las vidas que he arruinado es la mía.


—Intento no beber en la compañía de los Smythe-Smith —dijo Lord Hugh, casi sin darle importancia—. Raramente termina bien para mí.
Sarah jadeó.
—Bromeo —dijo.


—Es un testimonio de mi amor por mi prima que no he encontrado una forma de envenenar su polvo de dientes.
—El vino podría haber sido un sustituto efectivo —dijo—, si estuviera tomando. Por eso lo estaba sugiriendo ¿no fue así?
—Está loco.
—No soy el que trajo el veneno a la conversación.


―Estoy loca por los unicornios ―dijo Frances con un suspiro de felicidad―. Creo que son geniales.
―Inexistentemente brillantes.
―Así que eso pensamos ―respondió ella con el drama adecuado.


—¿Se lesionó la rodilla? ¿Es por eso que no puede doblarla?
—Puedo doblarla —respondió—, pero no muy bien. Y no, no hubo lesión en la rodilla.
—¿Por qué, entonces, no puede doblarla?
—El músculo —dijo, dejando uno de sus hombros subir y bajar en un encogimiento de hombros—. Sospecho que no se estira como debe, ya que le faltan cinco centímetros cúbicos de… ¿Cómo dice? —Su voz se hizo desagradablemente graciosa—. Ah, sí, trozos de carne.


—Debería —dijo en voz baja—. Usted es una encantadora bailarina. 
Sus labios se abrieron con sorpresa.
—Sí, Lady Sarah —dijo—, fue un cumplido.
—No sé qué hacer con él.
—Le recomendaría aceptarlo con gracia.
—¿Y basa eso en experiencia personal?
—Por supuesto que no. Yo casi nunca acepto cumplidos con gracia.


—¿Mi nombre es Rudolfo? 
Sarah casi escupió una risa.
—Usted es español —dijo Harriet—. Pero su madre era inglesa, por lo que lo habla perfectamente.
—¿Tengo un acento?
—Por supuesto.
—No puedo imaginar por qué pregunté —murmuró. Y luego, a Sarah—: Oh, mire. Su nombre es Mujer.
—Encasillada de nuevo —bromeó Sarah.


—Sería un interesante cambio de escenario —dijo él.
—Oscuro —estuvo de acuerdo.
—Lanudo.
—¿Lanudo? —repitió.
—Eso es lo que encontraría en mi armario.
—Me encuentro alarmada por una visión de ovejas.


—Supongo que tendré que aprender a conceder audiencias en recamara como una Reina Francesa.
Iris miró a Hugh.
—Se lo advierto, está hablando en serio. 
No lo dudó.
—O —continuo Sarah, sus ojos adquirieron un brillo peligroso—, podría tener a alguien organizando una litera para llevarme alrededor.


—Creo que esta es la esquina de los lisiados —contestó Hugh secamente.
—Deje de decir eso —lo regañó Sarah.
—Oh, lo lamento. —Hugh miró a Anne y Daniel—. Ella sanará, por supuesto, por lo que ya no se podrá permitir estar entre nosotros.
Sarah se sentó derecha.
—Yo no me refería a eso. Bueno, sí, pero no completamente. —Y como Daniel y Anne los observaban con confusión, ella explicó—: Esta es la tercera, no, cuarta vez que él dice eso.


—Si quieres, puedes llamarte a ti mismo cojo —dijo ella—, pero te prohíbo que te digas lisiado.
Él la miró con sorpresa. Y, quizá, asombro.
—¿Me lo prohíbes?
—Sí, lo hago. —Ella tragó, incomoda con el flujo de emociones que la estaba recorriendo. Por primera vez esta tarde, ellos estaban completamente solos en el césped, y ella sabía que si permitía que su voz bajara hasta su registro más silencioso, el aún podría escucharla—. No me gusta cojo tampoco, pero al menos es un adjetivo. Si te dices a ti mismo lisiado, es como si dijeras que eso es todo lo que eres.


―Te amo ―dijo, las palabras rodaron de sus labios. No estaba seguro de que él quería decirlas, pero ahora no podía parar―. No te merezco, pero te amo, y sé que nunca pensaste casarte con alguien en esas circunstancias, pero prometo que dedicaré el resto de mi vida inclinado a tu felicidad. ―Llevó sus manos hasta sus labios y las besó con fervor, casi deshecho por la fuerza de sus emociones―. Sarah Pleinsworth ―dijo―, ¿te casarías conmigo?


—Te amo —dijo. Y pensó para sí, Esto hace cinco. Cinco veces lo había dicho. No era lo suficiente. —Y te amo. Te amo —le dijo de nuevo. 
Seis.
—Te amo. 
Siete.
Ella levantó la mirada con una perpleja sonrisa. Le tocó la nariz.
—Te amo.
—¿Qué estás haciendo?
—Ocho —dijo en voz alta.
—¿Qué?
—Eso hace ocho veces que lo he dicho. Te amo.
—¿Estás contando?
—Son nueve ahora, y —se encogió de hombros—, siempre cuento. Deberías saber eso a estas alturas.
—¿No crees que deberías terminar la noche con incluso diez?


----------------------------------------------------------------------------------------------

4. LOS SECRETOS DE SIR RICHARD KENWORTHY:

RICHARD E IRIS



—Me resulta difícil creer que los caballeros de Londres son tan tontos como para dejarla a un lado de la habitación.
—No me importa. En verdad,— cuando vio que él no le creyó. —Me gusta mucho observar a la gente.
—¿Lo hace?—, murmuró. —¿Qué es lo que ve?


—No estaré mucho más tiempo aquí sentada, me temo—, dijo.
—Tal declaración necesita una explicación.—
—Ahora que ha bailado conmigo—, le dijo, —otros sentirán la necesidad de seguir su ejemplo.
Se rió de eso.
—De verdad, señorita Smythe-Smith, ¿nos encuentra a los hombres tan carentes de originalidad?



—Tal vez debería conseguir un programa.
—Sí, parece que no se le ha dado uno cuando llegó.
Se aclaró la garganta cerca de seis veces.
—Creo que se decidió que no se entregarían a los caballeros, a menos que se solicite.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Yo creo—, dijo, mirando hacia el techo, —que había cierta preocupación de que, posiblemente, optaran por no quedarse.



—¿Es así como nos llaman ahora?
—¿Ahora?
Ella giró los ojos.
—El ramillete Smythe-Smith, las niñas del jardín, las flores de invernadero.
—Las flores de invernadero?
—A mi madre no le hizo gracia.
—No, imagino que no lo hizo.



—No tienes nada de qué preocuparse—, dijo Richard. —Si algo me llegara a suceder, usted quedará bien situada para siempre. Me aseguré de eso en las capitulaciones matrimoniales.
—Lo sé—, dijo Iris. —Lo leí.
—¿Lo hizo?
—¿No debería?
—La mayoría de las mujeres no lo hacen.
—¿Cómo lo sabe?
De repente, sonrió.
—¿Estamos teniendo una discusión?
—Yo, no.
Él se rió entre dientes.
—Es un alivio, debo decirlo. No me gustaría pensar que estamos teniendo una discusión, y me la perdí.



—Considérelo de esta manera—, explicó. —Si Sarah no hubiera fingido la enfermedad, usted habría actuado en la velada musical. Pero ella, de hecho, finge estar enferma—, continuó. —Y el resultado fue que usted todavía actúa en la velada musical.
—No veo el punto.
—No hubo ningún cambio en el resultado para usted. Sus acciones, aunque solapadas, no le afectan en lo más mínimo.
—¡Por supuesto que sí!
—¿Cómo?
—Si yo tengo que tocar, ella tiene que tocar.
Se echó a reír.
—¿No cree que eso suena un poquito infantil?



—No puedo,— susurró ella.
No dijo una palabra. Él ni siquiera se movió.
—No puedo,— dijo de nuevo, casi ahogándose con la corta frase. —Ya le he dado todo.
—No todo— le recordó Richard.


—Un penique por sus pensamientos,— dijo el hombre en cuestión.
Iris lo miró con las cejas arqueadas.
—Tengo suficientes monedas de un penique, gracias.
Se llevó la mano al corazón.
—¡Herido! Y con una moneda.
—Sin la moneda, en realidad.


—Estoy enormemente enfadada contigo, y creo que estás cometiendo un error, pero entiendo tus motivos. Nadie que ame tanto a sus hermanas podría ser nunca una mala persona.
—Gracias.
—Le honra, supongo, que esté dispuesto a hacer un sacrificio tan grande.


—¿Dónde está mi esposa?—, exigió.
—No lo sé.
Dejó escapar un ruido. Podría haber sido un gruñido.
—¡No lo sé!— protestó Marie-Claire. —Estaba con ella antes, pero se escapó.
Richard sintió que su corazón se contraía.
—¿Se escapó?
—Ella me puso la zancadilla—, dijo Marie-Claire. Con considerable afrenta.


—Marie-Claire está tomando lecciones de violonchelo tres días a la semana.
—¿Violonchelo?
—Tal vez otra razón por la que mi madre se resiste a dejarla ir. Marie-Claire tiene un lugar en la velada musical del próximo año.
—Que Dios nos ayude.


—Es de Japón—, dijo Richard, mirándola excesivamente satisfecho de sí mismo. —Las hemos cultivado en el invernadero. Ha sido un infierno mantenerla lejos.
—Desde Japón,— dijo Iris, sacudiendo la cabeza con incredulidad. —No puedo creer…
—Iría al fin del mundo.
—¿Por una flor?
—Para ti.


---------------------------------------------------------------------------------------------------


+ FRASES: 






No hay comentarios:

Publicar un comentario