SERIE BEVELSTOKE [+18] – Julia Quinn
+ Frases:
1. LOS DIAROS SECRETOS DE MIRANDA:
TURNER Y MIRANDA
—Turner.
—Es un nombre bonito. Un poco extraño, pero me gusta.
—Mucho mejor que Nigel, ¿no crees?
Miranda asintió.
—¿Lo elegiste tú? A menudo he pensado que todos deberíamos poder escoger nuestros nombres. Y creo que la gran mayoría elegiría uno distinto al suyo.
—¿Cuál elegirías tú?
—No estoy segura, pero Miranda no. Algo más sencillo, creo. La gente espera algo diferente de una Miranda y casi siempre quedan decepcionados cuando me conocen.
—Bobadas —dijo Turner, enseguida—. Eres una Miranda perfecta.
—¿Por qué siempre me llamas señorita Cheever cuando te burlas de mí?
—No es verdad. También te llamo señorita Cheever cuando te riño.
—De acuerdo, si insistes, esperaba que me invitaras tú a bailar el vals.
Él retrocedió, aunque la sorpresa se le reflejaba en los ojos.
—O Winston —añadió enseguida porque los números ofrecían seguridad o, al menos, menos oportunidades de hacer el ridículo.
—Entonces, ¿somos intercambiables? —murmuró Turner.
—¿A alguno le importa ir a buscarme un vaso de limonada? —preguntó con dulzura—. Me muero de sed.
Todos asintieron y, a continuación, se alejaron y Miranda no pudo evitar observarlos maravillada mientras el grupo se alejaba.
—Son como ovejas —susurró.
—Sí, bueno —asintió Olivia—, excepto por los que parecen cabras.
—¿Qué te ha pasado? Confiamos en ti por lo sensata que eres. El Señor sabe que has evitado que Olivia se metiera en problemas en más de una ocasión.
—No confundas sensata con sumisa, Turner. No es lo mismo. Y te aseguro que no soy sumisa.
—No, no me quieres. Es un encaprichamiento.
—¡Maldito seas! —estalló—. ¿Estás ciego? ¿Estás sordo, mudo y ciego? No es un encaprichamiento, ¡idiota! ¡Te quiero!
«Dios mío.»
—¡Siempre te he querido! Desde que te conocí hace nueve años. Te he querido
—Dios mío.
—Y no intentes decirme que es un enamoramiento infantil, porque no lo es. Quizás, en un momento determinado lo fue, pero ya no. Yo… Conozco mi corazón y te quiero, Turner. Y si tuvieras un poco de decencia, dirías algo, porque yo ya lo he dicho todo, y no soporto este silencio y… ¡Oh, por el amor de Dios! ¿No puedes, al menos, parpadear?
—¡Serás bellaco! —exclamó, sin taparse.
—¿Bellaco? —Arqueó la ceja ante el anticuado improperio.
—Bellaco, descarado, diablo, como quieras llamarlo.
—Me declaro culpable de todos los cargos.
—Si fueras un caballero, te habrías marchado.
—Pero me quieres.
—Eres horrible por sacar eso ahora —susurró ella.
—Me quieres, ¿recuerdas?
Miranda apretó los labios.
—Eso era hace mucho tiempo.
—¿Hace qué? ¿Dos, tres meses? No es tanto tiempo. Ya volverá.
—No si te sigues comportando de esta forma.
—Una lengua muy afilada —dijo él, con una sonrisa pícara. Y luego se inclinó hacia delante—. Si quieres saberlo, es una de las cosas que más me gustan de ti.
—Eres muy guapo.
—Gracias —respondió él, magnánimamente—. ¿Has visto con qué elegancia he aceptado tu cumplido?
—De hecho, has arruinado el efecto al destacar tus buenos modales.
—Menuda boquita que tienes. Voy a tener que hacer algo al respeto.
—¿Besarla? —propuso ella, esperanzada.
—La única mujer del mundo con cosquillas en la nariz. —Se rió—. Y tuve la sensatez de casarme con ella.
—Para, para.
—¿De mancharte de salsa o de besarte?
Ella contuvo la respiración.
—De mancharme la cara. No necesitas una excusa para besarme.
—Me niego a creer, que yo soy la única causa de tus horribles dolores de espalda.
—El estrés por no poder hacer el amor contigo, el agotamiento físico por tener que cargar con tu enorme cuerpo por las escaleras…
—¡No me has subido en brazos ni una sola vez!
—Sí, bueno, pero lo pensé y eso bastó para provocarme dolor de espalda.
—¿Escribes un diario? No lo sabía.
—Fue una sugerencia tuya.
—No es verdad.
—Sí. Me lo dijiste el primer día que nos conocimos. Te hablé de Fiona Bennet y de lo mala que era y me dijiste que escribiera un diario.
—¿En serio?
—Ajá. Y recuerdo exactamente lo que dijiste. Te pregunté por qué debería hacerlo y me respondiste: «Porque algún día crecerás y tu belleza igualará la inteligencia que ya posees. Y entonces podrás leer el diario y ver lo estúpidas que son las niñas como Fiona Bennet. Y te reirás cuando recuerdes que tu madre decía que las piernas te nacían de los hombros. Y quizá me reserves una pequeña sonrisa cuando recuerdes la agradable conversación que hemos tenido hoy».
—Y tú dijiste que me reservarías una gran sonrisa.
—Memoricé lo que dijiste palabra por palabra. Fue lo más bonito que me habían dicho en la vida.
—Dios mío, Miranda —suspiró él, asombrado—. Realmente me quieres, ¿verdad?
----------------------------------------------------------------------------------------------
2. SECRETOS EN LONDRES:
OLIVIA Y HARRY
—¿Es éste un vals extraordinariamente largo?
—Creo que no. Únicamente le parece largo porque no le caigo bien. Tengo un secreto, lady Olivia —susurró él, bajando la cabeza todo lo que pudo sin invadir su territorio—. Usted tampoco me cae bien.
—Es usted despreciable.
—¡Y usted me ha acusado de asesinato!
—No es verdad. Tan sólo le he trasladado lo que alguien más me ha dicho.
—¡Claro! —exclamó él en tono burlón—, la diferencia es realmente notable.
—Para su información, yo no me lo creí.
—Su confianza en mí me llega al alma.
—Pues que no le llegue —le espetó ella—, simplemente fue cuestión de sentido común.
Razones por las que no me gustaría casarme
con un príncipe ruso,
por lady Olivia Bevelstoke.
Porque no hablo ruso.
Porque ni siquiera me defiendo en francés.
Porque no quiero irme a vivir a Rusia.
Porque tengo entendido que allí hace mucho frío.
Porque echaría de menos a mi familia.
Y por el té.
— No sé de qué color es.
—Curioso. —Olivia arrugó el entrecejo—. ¿Significa eso que es rojo o verde?
—O de cualquiera de sus tonalidades.
Olivia cambió radicalmente de actitud.
—Lo de su daltonismo es realmente fascinante, ¿sabe?
—Pues la verdad es que a mí me ha parecido siempre más bien una lata.
—¿Le importaría que volviese a descorrer las cortinas en casa? Mi cuarto empieza a parecerse a una cueva.
—¿Me espiará?
—Únicamente cuando lleve un sombrero estrafalario.
—Sólo tengo uno y nada más me lo pongo los martes.
—Ya la llaman princesa Olivia —anunció Sebastian.
—¿Quiénes, si puede saberse? —preguntó Harry, volviéndose para mirar a Sebastian—. También dicen que maté a mi prometida.
Sebastian parpadeó asombrado.
—¿Cuándo te prometiste?
—Eso mismo me pregunto yo —prácticamente le espetó Harry—. Y ella no se casará con ese idiota.
—Pareces casi celoso.
—No seas absurdo.
—Soy yo la que tengo el libro.
—Pues tíremelo —dijo él de repente.
—¿Cómo?
—Tírelo.
Ella estaba sumamente indecisa.
—¿Lo cogerá?
Él le arrojó el guante.
—Si usted se atreve a tirarlo, yo lo cogeré.
—¡Pues claro que me atrevo a tirárselo!
—Existe —le dijo Harry—, ergo la necesito.
—Mire por el cristal —instó a Harry.
—¿La abro?
—Por favor.
Él localizó el cerrojo, lo descorrió y a continuación subió la ventana de guillotina. Ésta se deslizó sin chirriar y Harry asomó la cabeza.
Vio árboles.
Y a ella, que había asomado la cabeza a su lado.
—Le confieso que estoy confuso —le dijo él—. ¿Qué es lo que tengo que ver?
—A mí —se limitó a decir ella—. A nosotros. Juntos. En la misma ventana.
—Me encanta que lea el periódico a diario. Me encanta que no soporte la estupidez.
Cierto, pensó Olivia con una sonrisa bobalicona. Harry la conocía muy bien.
—Me encanta bailar mejor que ella.
Se le borró la sonrisa de la cara, pero tenía que reconocer que eso también era cierto.
—Me encanta lo cariñosa que es con los niños pequeños y los perros grandes.
«¿Qué?» Lo miró recelosa.
—Eso lo he deducido —confesó Harry—. Pero podría ser perfectamente.
—Daría mi vida por ella —declaró Harry.
—¿De veras? —preguntó Olivia con un hilo de voz esperanzada e ilusionada—. ¡Oh, Harry! Yo…
—¡Chsss! —ordenó él—. Estoy hablando con tu padre.
—Tenéis mi aprobación —dijo de pronto lord Rudland.
Olivia se quedó boquiabierta, indignada.
—¿Porque me ha dicho que me calle?
—Denota un sentido común extraordinario.
—¿Cómo?
—Y una buena dosis de amor propio —añadió Harry.
—El anillo ¿Alcanzas a verlo? —le preguntó.
Ella negó con la cabeza.
—Estoy segura de que es precioso.
Harry sacó más la cabeza por la ventana y calculó la distancia que los separaba.
—¿Podrás cogerlo? —inquirió.
—Si te atreves a tirarlo, lo cogeré.
----------------------------------------------------------------------------------------------
3. DIEZ COSAS QUE ME GUSTAN DE TI:
ANNABEL Y SEBASTIAN
—Entonces, ¿debería presentarme?
—No, por favor —dijo, con un tono ligeramente dramático—. Por favor, no me diga su nombre. Si lo hace, seguramente despertará a mi conciencia, y es lo último que queremos.
—Ah, ¿tiene conciencia?
—Por desgracia, sí.
—Señor Grey —dijo ella—. Lamento muchísimo lo de su ojo.
—Pues a mí me gusta. Parece que llevo un guiño perpetuo.
—Un guiño espantoso —asintió.
—Y yo que creía que era atractivo —murmuró él.
—Más, más —insistió él—. Me resulta fascinante.
—Claro —dijo ella—. No tiene hermanos.
—Nunca he deseado tanto tenerlos como esta noche. Piense en los títulos que habría ganado.
—¿El de el Grey con más probabilidades de zarpar en un barco pirata? —propuso ella, señalando el parche del ojo.
—De corsarios, por favor. Soy demasiado fino para la piratería.
—¡El de el Grey con más probabilidades de escribir un libro!
Él se quedó inmóvil.
—¿Por qué lo dice?
—No sé —respondió ella, perpleja ante su reacción. No estaba enfadado, pero se había puesto muy serio—. Supongo que creo que tiene don de palabra. ¿No le dije una vez que era un poeta?
—¿Tienes varias ediciones?
—Ya las tenía antes de encontrar las autografiadas.
—Ah, claro. No se me había ocurrido. ¿Y cuál es su favorita? Empezaré por esa.
—No sabría elegir. Me gustan cosas distintas de cada una de ellas.
Annabel sonrió.
—Se parece a mis padres cuando alguien les pregunta a qué hijo quieren más.
—Imagino que es algo parecido —murmuró él.
—Siempre que haya parido un libro, claro.
—¿Annabel? —Le tocó el hombro, y luego la mejilla—. ¿Qué te pasa?
—Nada —susurró ella.
—¿Por qué tienes los ojos cerrados?
—Tengo miedo.
—¿De qué?
—De mí misma. —Y entonces los abrió—. De lo que quiero. Y de lo que tengo que hacer.
—¿Quién de los dos lo ha matado? —preguntó.
—Ninguno —respondió Annabel enseguida—. Se ha… muerto.
—¿En tu habitación?
—No le he invitado —respondió ella, alterada.
—Prometo…
—¿Quererme incluso si me quedo calvo? —sugirió él.
—Hecho.
—¿Y jugar a los dardos conmigo aún sabiendo que siempre ganaré yo?
—No estoy tan segura.
—¿Y…? —Hizo una pausa—. En realidad, ya está.
—¿De veras? ¿Nada acerca de la devoción eterna?
—Va incluida en lo de quedarme calvo.
—¿Amistad para toda la vida?
—Con los dardos.
—¡Eres Sarah Gorely! —exclamó—. Eres tú. Incluso tenéis las mismas iniciales.
—Annabel, por favor…
—No me mientas. Voy a ser tu mujer. No puedes mentirme. Sé que eres tú. Incluso pensé que el libro me recordaba a ti mientras lo leía. —Sonrió con vergüenza—. De hecho, eso es lo que más me gusta.
—¿De veras?
—¿Será una historia que tendrá continuación? —preguntó él.
—Yo creo que sí. Siempre que no te importe escribir un final feliz cada día.
—Parece mucho trabajo… —murmuró él.
Ella se separó lo suficiente para mirarlo con severidad.
—Pero que merece la pena.
—Está bien —dijo ella—, pero yo tengo razón en todo lo demás.
—¿En todo?
—Te he elegido a ti.
—El señor Grey y su amada esposa. Creo que me gusta.
—Me encanta.
—Una —anunció él—, tu sonrisa. Sólo superada por, dos, tu risa. Que a su vez se alimenta de, tres, la autenticidad y generosidad de tu corazón. Cuatro —continuó él—, sabes guardar un secreto y, cinco, por fin has aprendido a no hacer sugerencias sobre asuntos que pertenecen a mi carrera literaria.
---------------------------------------------------------------------------------------------------
+ FRASES:
No hay comentarios:
Publicar un comentario