SERIE BEVELSTOKE
JULIA QUINN
Sir Harry Valentine trabaja para el aburrido departamento del Ministerio de Guerra, traduciendo documentos de vital importancia referidos a la seguridad nacional. No es un espía, aunque ha sido entrenado para ello, y cuando una espectacular rubia empieza a seguirle desde su ventana, enseguida comienza a sospechar. Pero justo cuando decide que no es nada más que una irritante curiosa, descubre que quizá podría estar comprometida con un príncipe extranjero que podría estar conspirando en contra de Inglaterra. Y cuando descubren a Harry espiando a Olivia, se da cuenta de que muy bien podría estar enamorándose de ella.
Cinco cosas que me encantan de sir Harry Valentine,
1. Sebastian Grey es un libertino diabólicamente apuesto que esconde un secreto.
2. La familia de Annabel Winslow la votó como candidata perfecta a ostentar los títulos de «La Winslow con mayor tendencia a hablar consigo misma» y «La Winslow que más tiempo se queda dormida en la Iglesia».
3. El tío de Sebastian es el conde de Newbury y, si muere sin descendencia su sobrino lo heredará todo.
4. Lord Newbury detesta a Sebastian y será capaz de cualquier cosa con tal de que esto no ocurra.
5. Lord Newbury cree que Annabel es la respuesta a todos sus problemas.
6. Annabel no quiere casarse con Lord Newbury, especialmente cuando se entera de que éste, antaño, tuvo un romance con su abuela.
7. Es una novela asombrosa.
8. Deliciosa.
9. Y perversa, lo que nos lleva al punto:
10. Vivieron felices y comieron perdices.
Es su primera temporada en Londres y la joven Annabel Winslow ya ha conseguido un pretendiente. El conde de Newbury, un anciano repugnante que solo busca heredero para su fortuna, le ha propuesto un matrimonio de conveniencia que solucionaría la penuria económica de su familia tras la muerte de su progenitor. A pesar de sus reservas hacia el noble, Annabel no ve otra salida a las difíciles circunstancias a las que se enfrentan los suyos y ya ha tomado una determinación. Hasta que el atractivo canalla Sebastian Grey, sobrino del conde y aspirante a su título y fortuna, se cruza en su camino hacia el altar. ¿Qué hacer? ¿Seguir la lógica y los dictados de las convenciones y entregarse a una vida lúgubre e infeliz o capitular ante la desaforada pasión que ha nacido con una simple mirada y un roce casual?
—¿No debería estarlo?
—Mi familia… —susurró ella.
—No se morirá de hambre. No soy pobre, Annabel.
—Somos ocho.
Él se lo pensó.
—De acuerdo, nadie se morirá de hambre, aunque quizás adelgacéis un poco.
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